La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La realidad

1989

El profesor Joshua Mitchell, desde las páginas de politico.com, se pregunta si con la victoria de Donald Trump lo que en realidad ha caído no es el mundo que surgió tras el final del comunismo. Su argumentación es persuasiva. 1989 supuso el final de la Historia, si hacemos caso a Francis Fukuyama; pero, sobre todo, definió un marco conceptual que favorecía la democracia parlamentaria, la globalización económica y comercial, el capitalismo financiero, los movimientos migratorios, la sustitución de los Estados por las identidades y la construcción, en definitiva, de grandes burocracias políticas que se superponen a los Estados tradicionales, como es el caso de la Unión Europea. 1989 se prolongó durante dos décadas, hasta que entró finalmente en crisis en 2008 con el estallido de las hipotecas subprime, el inicio de las protestas sociales y el cuestionamiento de los beneficios de la globalización. Si recordamos bien, fue a finales de los 80 cuando el crítico cultural Christopher Lasch acuñó, en un conocido ensayo, el concepto de "rebelión de las élites", con el que subrayaba el creciente foso ideológico y social que se había abierto entre las minorías y el resto de los ciudadanos. Ahora vivimos un proceso inverso, en el que aquellas son demonizadas tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. Aunque las diferencias sean muchas, los nuevos populismos comparten, sin duda, una visión desencantada del 89. El desdén por las élites forma parte ya de la corriente central de nuestro tiempo.

Así, una de las líneas divisorias es la difuminación -o no- de las barreras nacionales. ¿Más libre comercio o no? ¿Más regulación europea y, por tanto, una mayor estructura burocrática o no? Esta preocupación, muy característica de los nuevos populismos de derechas, no le resultaría ajena a un gran historiador de las ideas: el francés Pierre Manent. Manent es el caso raro de un intelectual de primera línea que ha hecho del euroescepticismo una marca de identidad. Para él, vivimos un momento definido por el vacío político que se abre entre la desaparición del Estado nación y el surgimiento de una nueva forma de poder todavía en construcción. Estos periodos son un campo abonado para las incertidumbres y el miedo. La actitud defensiva natural pasa por regresar al entorno de fidelidades más cercano. En este caso, el Estado nación.

El brexit y Trump ejemplifican esta reacción. En ambos casos, el pueblo ha votado en contra de unas élites burocráticas que siente alejadas y poco democráticas, hablemos de Washington o de Bruselas. En ambos casos, el votante quiere incrementar los controles fronterizos, poner límites estrictos a la inmigración y dificultar la libre circulación de bienes en los mercados globales. Trump, además, ha sabido explotar el hartazgo de una parte de la sociedad con lo que se denomina la corrección política, deseosa de imponer una determinada moralidad progresista al conjunto de los ciudadanos. La economía pesa, por supuesto, pero es sólo una parte del problema. Cuenta más la crisis de valores que, de forma acelerada, ha fracturado vínculos sociales clásicos como la familia o las instituciones de la sociedad civil en nombre de una u otra ideología. Un mundo desvinculado no tiene raíces.

Para Mitchell conviene tomar en consideración las ideas de Trump, en parte porque no se trata de un fenómeno aislado. El populismo ha llegado para quedarse durante un tiempo. Y, si se quiere reformular el consenso liberal, es necesario entender cuáles son sus argumentaciones y cuál su ideario.

Compartir el artículo

stats