En La imaginación de la catástrofe, un precioso ensayo escrito en los años sesenta, Susan Sontag indagaba en las razones del éxito de las películas que narraban Apocalipsis, hecatombes y cataclismos. ¿Por qué tienen tanto éxito y se han convertido prácticamente en un subgénero?, se preguntaba la gran escritora norteamericana, deteniéndose, sobre todo, en las películas centradas en la destrucción universal por guerras nucleares o virus letales, y que en la última década, en este extraviado principio del siglo XXI, ha sido renovado por los grandes estudios de cine. Sontag respondía que los espectadores buscaban dos cosas: una suerte de expiación colectiva -porque merecemos, por nuestra estupidez como especie, una condena sin paliativos- y la reclamación imperiosa (y a la vez atemorizada) de que termine un statu quo insoportable. La única manera en que esto se transforme -viene a sentir el espectador aficionado- es que se destruya de una puñetera vez y para siempre.

Un subgénero aún más microscópico que las pelis de catástrofes es el análisis político, pero está sometido a la misma presión, entiéndase creativa o destructiva. Esto no puede ser. Esto no puede seguir así: una crisis transformada en nuevo modelo de relaciones sociales y laborales, un sistema político e institucional agotado, unas reformas que solo conspiran contra los intereses de la mayoría, unas derechas encanalladas y unas izquierdas idiotizadas incapaces de construir alternativas para evitar que la democracia se termine osificando...

Así que, pibes y pibas, se ponen en marcha las tres o cuatro mecanismos interpretativos que suelen tener nuestros sagaces analistas. Por ejemplo, por enésima vez, que CC romperá con el PSC para pactar con el PP y Casimiro Curbelo y sus mariachis. Lo que realmente intenta hacer Fernando Clavijo (más que Coalición Canaria) es construir una geometría de acuerdos y relaciones que le permita gestionar durante los próximos tres años sin excesivas hipotecas ni lastres: mantener el pacto autonómico con el PSOE y al mismo tiempo colaborar con el PP en las Cortes para que la llamada, con cierta petulancia, agenda canaria, tenga algunos resultados prácticos, por ejemplo, a efectos presupuestarios y fiscales. Y si se debe ser también particularmente simpático con el señor Curbelo pues se le sonríe y se le firman proyectos e inversiones. Eso es todo. Por supuesto, si el acuerdo con los socialistas naufraga gracias a las miserias municipales, se activará la construcción de otra mayoría, pero no hay nada más. No caerá el Gobierno. No se enfrentarán godzilas entre Tenerife y Gran Canaria, ni Clavijo comandará una horda de zombis, ni contemplaremos tampoco la capacidad de crear, consensuar y desarrollar un verdadero proyecto de reformas políticas, administrativas, tributarias, educativas y laborales en Canarias. Nos espera un presente infinitamente postergado y postergable. Hemos llegado a una eternidad posdemocrática, sin principio ni fin, y si se aburren y pueden permitírselo, solo les queda comprar un vaso de palomitas.