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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

¡Ay, Rita!

La muerte de Rita Barberá da información sobre cuál es la raya que separa al cadáver político de su retorno al ensalzamiento de los años prósperos: un infarto masivo en un hotel de Madrid para diputados. Lo peor es que nunca sabrá, a no ser que ella crea en el otro mundo, que ha sido objeto de un acto de cinismo político de lo más virtuoso, que es sacarla de la papelera del ostracismo y la compasión para alzarla a las gargantas de los lamentos compungidos de los compañeros que habían certificado su defunción por adelantado. Pero cómo negarle un último deseo a la condenada: todos salieron a honrar su memoria y escondieron la peste en el baúl. De Podemos ya se puede esperar cualquier bufonada, incluso rebañar ideología hasta del minuto de silencio que le corresponde a cualquier representante público de este país. Iglesias se esmera en estos detalles dictatoriales, aunque sus compañeros del Senado le hicieron la cobra y no le negaron a Barberá su dosis de protocolo. Igual Rufián, que se alejó -que ya es decir- de la deshumanización de una izquierda dedicada a cooperar en convertir a la exalcaldesa de Valencia en una protomártir de la corrupción. Ya sabemos que es difícil: a todos les constaba que Barberá era un activo político tan quemado como el motor de un Dos caballos, que sus días en el Senado no hacían otra cosa que alargar la agonía, que la acusación de blanqueo le daba el cariz de una señora mayor perdida en unos grandes almacenes, que sólo la ataba a la actividad política la misericordia del líder... Todo se arremolinaba en contra de ella. Nadie estaba dispuesto a apostar nada por su persona. Viene a ser uno de los fantasmas de la política: pasar desapercibidos, dejar que los años transcurran hasta que todo sea olvidado, hasta que su nombre sea una mosca que ni molesta al ujier más veterano. Era el plan, no estaba en el programa forzar la obra de teatro, tener que cubrirla de lamentos aún con el cuerpo ardiente del cadáver político. Por eso dice el PP que hay que reflexionar. ¡Ay, Rita! Todos a pensar sobre los cambios de sentido.

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