En unas recientes declaraciones, Antonio González Vieítez se lamentaba de las querellas en las nuevas y viejas organizaciones de izquierda y las explicaba por un "exceso de personalismo" y una incapacidad para nuclearse alrededor de un programa y una estrategia. Es poco más o menos lo de siempre: los problemas de la izquierda son coyunturales, accidentales o se nutren de malos entendidos, malas voluntades, ambiciones lamentables de una minoría de bases o de dirigentes. Me temo que es un diagnóstico insuficiente. Un exprimer ministro de Irlanda, Gerald Fitzgerald -así lo cuenta Slavoj Zizek en sus libros- le puntualizó en cierta ocasión a un crítico más bien lo contrario: "Eso puede bastar en la práctica, pero no en la teoría". Exacto. Si la izquierda se preciaba de algo -y en esa urgencia epistemológica basaba su estrategia y convicciones- es de disponer de instrumentos teóricos para diagnosticar lo que ocurre, metabolizar la realidad y proponer alternativas transformadoras viables. Y eso es lo que se ha desplomado. No es que Mery Pita sea malvada, Juan Manuel Brito un mártir en carne viva y los dirigentes de Sí se Puede astutos o detestables mercachifles. Nada de esto -o de lo contrario- resulta irrelevante. La misma expulsión de Brito por la comisión de garantías nacional de Podemos -y los pujos imperialistas de SSP contra su propio franquiciado- auguran una crisis de relaciones que puede implosionar todo el invento antes de las próximas elecciones. Pero ni de lejos esta confluencia de fulanismos, ambiciones y estupideces constituye el peor de los factores que explica la agonía -la lucha por la supervivencia- de la izquierda, incluso cuando está en el poder gracias a coaliciones más o menos sólidas.

La pregunta que se debe contestar es si los ciudadanos grancanarios detectan en sus vidas algo parecido a un germen de cambio gracias a la presidencia de Antonio Morales y a la coalición de izquierdas que gobierna en el Cabildo. Cambios políticos, cambios programáticos, cambios administrativos. Y no es así. Morales, un magnífico pequeño alcalde y un egregio tertuliano de cafetería, se ha dedicado a la cháchara progre, a la multiplicación de comisiones y planes enlaberintados y a la práctica de un insularismo cansino. Sospecho que en el ayuntamiento de Las Palmas es aun peor. El alcalde Augusto Hidalgo -si se quiere experimentar con plenitud el concepto de vergüenza ajena lean su biografía en la web municipal, en la que se cuenta como en primero de BUP encabezó una huelga "que le costó la expulsión temporal del mismo"- se reduce a una figura silenciosa y fantasmagórica cuya máxima preocupación consiste en no molestar a sus socios de gobierno con propósitos de dirección política o liderazgo institucional. ¿La administración municipal es más eficaz y eficiente que la que gestionaba el PP? ¿Dónde y cómo se materializan sus prioridades en políticas sociales y asistenciales?

El problema básico de las izquierdas es, por tanto, más arduo, complejo y peligroso. Es un problema de diagnóstico y de alternativas más allá de eslóganes, reacciones emocionales y arrebatos jactanciosos: la imperiosa necesidad, para sobrevivir, de encontrar una tercera vía entre la administración de la postpolítica -una administración razonable de los intereses en conflicto- y la politización sentimental que apela al poder para apartar a la derecha, aunque posteriormente, en la gestión cotidiana, poco o nada te distinga a esa derecha tan temida y a menudo tan temible.