No sé por qué nos empeñamos en agotar las posibilidades hermenéuticas del éxito electoral de Donald Trump, cuando tenemos más a mano asombrarnos de que Carmen Luisa Castro sea alcaldesa de Güímar. Se expresa como un antropoide, gobierna sin tomar decisiones entendibles y su iniciativa política más destacable es llevar a grupos de vecinos -ahora lo ha hecho por segunda vez- al plató televisivo donde se graba ese hospital de miserias injuriosas y vómitos burbujeantes, Sálvame. Ayer incluso presentó el programa un ratito con ese desparpajo de primate feliz y encantado de haberse conocido que a veces coincide con un liderazgo mesiánico. Ni siquiera se trata de que el ayuntamiento les pague el traslado a un grupo de güimareros: es que la alcaldesa es la primera que se apunta y los conduce amorosamente hacia el altar catódico en el que se venera a Belén Esteban. "Soy Luisi", saludó la alcaldesa con la despiadada sonrisa de una enemiga de la odontología, "y venimos aquí a defender este programa del que nos declaramos fans, aunque nos caigan encima todas las críticas del mundo"

Una heroína la señora alcaldesa identificándose como defensora del derecho a producir mierda vibrante por las productoras de televisión. En cualquier sitio más o menos civilizado del hemisferio occidental la señora Carmen Luisa Castro debía haber dimitido después de su primera experiencia en los predios de Jorge Javier Vázquez. El municipio de Güímar registra más de un 25% de desempleo y sus servicios sociales local han visto recortado su presupuesto en más de un 30% en los últimos ocho años. Que una alcaldesa se traslade con un séquito para declarar en antena su incondicional devoción por la máxima referencia de la televisión basura en este país es contemplado como un pintoresquismo y no como una extraordinaria desvergüenza -para decir lo mínimo- que sin embargo no merece un miserable comentario por parte de los dirigentes del Partido Popular de Tenerife.

Castro llegó a la Alcaldía trenzando un acuerdo político que mandó a través de una moción de censura al veterano dirigente socialista Rafael Yanes, a la oposición, donde curiosamente ha encontrado menos tiempo para escribir novelas apasionadamente anodinas. Y hace apenas año y medio se quedó a una treintena de votos de la mayoría absoluta. Sus conciudadanos no pudieron resistirse a su arrolladora simpatía, que envuelve un perfecto vacío programático que se prolonga desde el amanecer hasta la noche. La alcaldesa está convencida que salir en Sálvame le da votos, aunque se trata de una campaña que los vecinos pagan con sus propios impuestos, una genialidad que sus enemigos no están dispuestos a reconocer. No, lo difícil no es explicarse por qué ganó Trump, sino cómo es posible que Castro se siente cada día en su despacho de alcaldesa.