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Papel vegetal

La mediocridad más absoluta

Qué pasa con la política y los políticos? ¿Por qué nadie tiene ya una visión o, si acaso la tiene, resulta ser un tipo tan errático y potencialmente peligroso como el próximo presidente de EE UU?

Hubo un tiempo en el que, escarmentados por las desastrosas experiencias de los años treinta, nadie en Europa quería líderes visionarios como los que precipitaron al continente en el mayor de los desastres.

Pero ha terminado instalándose en la política europea la mediocridad más absoluta, disfrazada de racionalidad tecnocrática.

Políticos sin imaginación e incapaces además de que nadie que pudiera tenerla prospere a su lado, como ocurre desde hace años en España, pero también, en eso no somos tan diferentes, en otros lugares.

En Alemania, la canciller Angela Merkel acaba de anunciar que se presentará a un cuarto mandato, como si no hubiera ya nadie en su partido capaz de sustituirla y proponer algo nuevo.

Entrevistada el otro día por la TV pública alemana, la líder cristianodemócrata se mostró incapaz de ofrecer nada a lo que poder aferrarse quienes, dentro o fuera, esperan algún cambio.

Algo que oponer, por ejemplo, a esa nueva derecha xenófoba, que no deja de avanzar en todas partes y se limita a aprovechar arteramente la falta de respuesta de los gobiernos a la falta de perspectivas de los ciudadanos.

Cuando éstos no aciertan a ver diferencias entre los partidos que se turnan en el gobierno o incluso a veces lo comparten, ¿es de extrañar que se aferren como a un clavo ardiente a quienes parecen ofrecerles una alternativa por engañosa que esta sea?

No porque quienes los denuncian sean demagogos como Donald Trump o la francesa Marine Le Pen dejan de ser reales muchos de los problemas que señalan y que las llamadas élites se empeñan en no ver o prefieren ignorar.

Por ejemplo, la destrucción y precarización del empleo, que afecta en todas partes ya no sólo a las clases trabajadoras, sino también de modo creciente a las clases medias.

O el recorte de las prestaciones sociales mientras los gobiernos ayudan con dinero público a los bancos y toleran que quienes los han arruinado reciban como premio primas millonarias.

O la existencia de paraísos fiscales, donde multimillonarios y multinacionales ponen a buen recaudo unos millones con los que tantos servicios públicos podrían financiarse.

El problema no es pues muchas veces lo que denuncian populistas y demagogos sino las falsas soluciones que ofrecen.

Soluciones como rebajar impuestos para dinamizar la economía cuando sabemos que eso sólo hará aún más ricos a los que ya lo son, o levantar más barreras contra la inmigración para tranquilizar a quienes temen la pérdida de la identidad nacional.

¡Como si los inmigrantes tuvieran la culpa de un sistema económico que aprovecha siempre la mano de obra más barata y no tiene el menor escrúpulo en explotarlos para abaratar los salarios y aumentar los beneficios del capital, que es de lo que se trata!

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