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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Cabrera Infante ahúma la lírica

Suele pasar cuando a los dictadores les tiembla el labio inferior, les chorrea la saliva o eligen un chándal para vestir como preámbulo a la mortaja. Entonces pasan al establo de las bestias derrotadas para ofrecer el rostro de la ancianidad inofensiva. Caer hastiado de enfermedad a diez años del centenario, y no manando sangre como el general Rafael Leónidas Trujillo, tiene sus ventajas. Las purgas, los juicios sumarísimos, los encarcelamientos, los exilios, las disidencias se encogen tanto como los miembros del longevo. Y así fue con Fidel Castro. Ha sido suertudo, porque la dilatación de la vida, la congelación de las sombras tropicales, le ha permitido encender alrededor de sus exequias cientos de bombillas. Ocurrió lo mismo que con Augusto Pinochet, y por supuesto que con Francisco Franco, también dos anomalías dictatoriales que escaparon al escarnio público que sí padecieron Benito Mussolini o Nicolae Ceausescu. El comandante se va por la puerta grande, y con la satisfacción de conseguir una instantánea terrible: el verde oliva de su revolución todavía desprende un cálido magnetismo, una estúpida seducción para los que se dedicaron a mirar su comunismo por el ojo de la cerradura sin ponerse en la piel de los cubanos. Sé de buena tinta que Guillermo Cabrera Infante hubiese encendido su habano en Londres, todo para ahumar la lírica con la que se ha marchado de este mundo el excompañero que lo rechazó y le metió su contrainteligencia en el cuerpo acusándolo de traición. ¡Ojalá haya dejado algo escrito! ¡Quizás una nueva razón para su empeño de que la Historia lo absolverá! ¡A lo mejor las grietas de su resistencia frente al yanqui! ¡Lo mismo una reflexión sobre la necesidad de tirar la libertad (un capricho pequeñoburgués) a la basura desde que la lucha de clases se acaba y empieza la prosperidad! Y ya no tanto por él, que ha saciado el orgasmo post mortem del culto a la personalidad, a la vieja usanza marxista-leninista. No, más bien porque algunos se resisten a perder la fe, y eso que saben lo tarde que Sartre comprendió lo de la URSS.

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