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Crónicas galantes

La conjura de los cabreados

Creíamos que el cabreo es un sentimiento -o resentimiento- propio de los de abajo, pero se ignoraban sus paradójicos efectos. Los indignados le dieron el poder al gobierno ultraconservador del brexit en el Reino Unido: y luego le han concedido con su voto el premio gordo al multimillonario líder antisistema Donald Trump, nuevo e inesperado césar del imperio americano. Hay que ver qué cosas tan raras hacen los oprimidos cuando sucumben a la irritación.

Aquí en España, los parias de la Tierra a quienes pretende representar Podemos no han conseguido otra cosa que un tercer puesto sin posibilidad alguna de asaltar La Moncloa, que tampoco es el Palacio de Invierno. Y mucho es de temer que la próxima beneficiaria de la cólera de la gente sea, en realidad, la ultraderechista Marine Le Pen en Francia.

Son hechos de los que se deduce que el mundo anda del revés. Un país formalmente comunista como la China de Mao ha pasado a ser el adalid del libre comercio en el mundo. Quizá para compensar, los Estados Unidos que hasta ahora ejercían de campeones del liberalismo, han elegido como jefe a un nacionalista que se dispone a restaurar fronteras, aranceles y otras formas de ponerle puertas al campo de la globalización. Se conoce que los imperios ya no son lo que eran, si es que alguna vez fueron algo de especial. Solo los chinos, con su sabiduría de milenios, parecen haber llegado a la conclusión de que el dinero se hizo redondo para que el mundo gire. Y actúan en consecuencia. Su presidente, Xi Jinping, largó el otro día una homilía a favor del libre comercio como principal -y acaso único- método de creación de riqueza.

Mientras los herederos del maoísmo apuestan sin complejos por una economía mundial abierta e integrada con base en la libre competencia, los países anglosajones que inventaron el modelo han decidido dar marcha atrás. El inefable Trump sueña con muros, ya sean físicos o arancelarios: y como primera provisión va a sacar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica con el que su antecesor Barack Obama pretendía contener el poderío de China. Los chinos están encantados de que les dejen el campo libre; pero a ver quién se lo explica al nuevo inquilino antisistema de la Casa Blanca. Curiosamente, Trump coincide con la ultraderecha y la ultraizquierda de Europa en esta anacrónica cruzada contra el pensamiento liberal. Donde los chinos ven una oportunidad de negocio, los nuevos nacionalistas de la economía solo alcanzan a atisbar un perjuicio para los intereses de su país y de sus trabajadores.

Los miembros de esta heterogénea Internacional Populista criada a los pechos de la televisión y de las redes sociales son, aunque acaso no lo sepan, retrógrados en el más exacto sentido de la palabra. Se diría que quieren regresar a los tiempos de la revolución industrial (e incluso a los anteriores), como si la actual revolución tecnológica no existiese o fuera posible combatirla con los viejos aranceles. Lo sorprendente del caso es que esa mercancía ideológica, tan antigua como averiada, se la compran millones de votantes a Trump, a los ingleses del brexit, a la francesa Le Pen y a los españoles de Podemos. Frente a esta conjura de cabreados que apelan a la nostalgia de otros tiempos, tan solo los chinos de Mao son quienes ponen un punto de cordura al debate. Quién nos lo iba a decir.

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