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Derechos humanos y periodismo

¿Iguales?

Como ya dijera Orwell, "todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros". Partiré de esta premisa, quizá un tanto ilógica en apariencia, para hablar de un problema que, a mis inexpertos ojos, constituye uno de las más grandes injusticias de nuestra sociedad: la desigualdad. Más concretamente, en nuestro ámbito más cercano, el de las Islas Canarias. Porque sí, siguiendo la ambiciosa Declaración de los Derechos Humanos, todos nosotros, tú, yo, y todos los que nos rodean, debemos ser tratados con respeto y dignidad, independientemente de nuestro sexo, nacionalidad, religión, ideología política, capacidad económica y una larga lista de etcéteras.

Ahora te pido que mires a tu alrededor, que te asomes al balcón o eches un vistazo a través de la ventanilla de la guagua. ¿Son todas esas personas tratadas con dignidad y respeto?

Lo cierto es que no, y aunque a veces tendamos a cerrar los ojos y a crear burbujas para aislarnos de la realidad, esta sigue siendo real, y más contundente cada día. 21 familias del archipiélago, las que tal vez podrías encontrar en una boda, controlan el ocho por ciento del PIB en Canarias. Pero no creo que sean los números los que mejor expliquen esta situación. Yo prefiero hablar de experiencias. ¿Me equivoco si digo, que si hubieras de preguntar la hora y las únicas personas con relojes fueran un indigente y un hombre con pulcro afeitado y maletín, preguntarías antes a nuestro hipotético empresario? Si no es así, me alegro de que no tuvieras en consideración al individuo, pero debes ser consciente de que eres una minoría.

Si de cien preguntados, ochenta se dirigieran al aparente hombre de negocios, es probable que el indigente sienta que han actuado hacia él con indiferencia. Y no hay mayor castigo que la indiferencia. Puede haber parecido un tanto absurdo o irrelevante, pero es un ejemplo más, y perfectamente actual.

No hay que imaginar regímenes dictatoriales para ver la desigualdad, está entre nosotros, aquí, en todas las fronteras, y la hemos consentido. Ante esto, yo no me resigno, no debemos tolerar lo intolerable, y es intolerable la vulneración de algo tan básico como el sentirse escuchado, respetado, relacionarse con personas para sentirse uno también persona. Lamentablemente hay, en este momento, en nuestras calles, cientos de personas que han olvidado ya que lo son, y que, simplemente por serlo, tienen los mismos derechos que el propio presidente del país. Y que su palabra no vale menos que la de nadie, que la de absolutamente nadie. Con esto concluyo ya, con ambición, con la esperanza de que es posible mejorar y alcanzar, algún día, un mundo en el que ninguna voz se eleve por encima del resto, y en el que de verdad signifique para nosotros el dolor del prójimo, de un desconocido, tanto como el nuestro.

(*) I Taller de Derechos Humanos y Periodismo de Cruz Roja Española, desarrollado en Las Palmas, en colaboración con la Cátedra UNESCO de "Derechos Humanos y Democracia", la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas

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