Treinta y cinco años después de la violenta irrupción del SIDA en la sociedad del siglo XX, la comunidad científica, no ha cejado en su empeño por intentar controlar y remediar, con su trabajo investigador, los estragos causados por el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) hasta lograr convertir la enfermedad en crónica -como tantas otras- y posteriormente, buscar la vacuna preventiva, que según anunciaba hace un año, el director ejecutivo de ONUSIDA, Michel Sidibé, "podría empezar a ser administrada a partir de 2016, porque el descubrimiento ya está hecho".

Según los datos de ONUSIDA, de los 36'9 millones de personas diagnosticadas, que vivían con el VIH hasta 2014, sólo 15'8 millones recibían tratamiento en el año 2015, pese a lo cual, y de manera global el número de nuevas infecciones ha disminuido. El dato es escalofriante, más del 50% de la población afectada no recibe tratamiento. Es inaceptable que en la actual sociedad del conocimiento y de la comunicación, haya habido en el año 2014, cerca de dos millones de nuevos infectados por el VIH y más de un millón de muertos relacionados con el SIDA, a lo que habría que añadir que el 46'5% de todas las personas infectadas del planeta no lo saben.

Ante esta situación, para el año 2020, la apuesta en la lucha por la erradicación del SIDA incluye el "Objetivo 90-90-90", que busca asegurar que el 90 % de las personas que viven con el VIH conozcan su estado serológico, que el 90 % de las personas que saben que tienen la infección estén en tratamiento, y la supresión de la carga viral del 90 % de quienes están en tratamiento. Supuesta la consecución del "Objetivo 90-90-90" se plantea para el año 2030, según el informe de ONUSIDA "Una Respuesta Rápida para poner fin al SIDA para el 2030", un nuevo objetivo: se intenta evitar 21 millones de muertes relacionadas con el SIDA, 28 millones de infecciones por el VIH y 5,9 millones de infecciones en niños y niñas.

Si bien los avances científicos y las noticias sobre el control del VIH-SIDA, tranquilizan a la sociedad, no es menos cierto que pueden relajar las costumbres y hacer bajar la guardia, sobre todo en los estratos de población más vulnerable y menos informada, que bien pudiera creer -erróneamente- que el control del VIH supone la desaparición del mismo, como si de una gripe se tratara que aparece y desaparece por temporadas. Hasta ahora, cuando una persona se infecta con el virus causante del sida, su sistema inmunitario, compuesto por las células que le defienden de las enfermedades, se destruye y merma la capacidad defensiva del organismo contra otras infecciones, razón por la que el tratamiento es perenne de la misma manera que lo es para otras enfermedades calificadas de crónicas.

Que el virus del VIH modificó hábitos y prácticas socioculturales, no hay quien lo niegue, sobre todo en la estigmatizada comunidad LGTB, sobre la que recayó la culpabilidad del desarrollo y expansión de la enfermedad, hasta que aparecieron los primeros casos de personas heterosexuales tanto seropositivas, que así se denominan a los portadores del VIH, como las que habían desarrollado la enfermedad.

Han tenido que pasar muchos año, y aún quedan muchos más, para que la población no sólo haya tomado conciencia de una enfermedad considerada pandemia por el calado mundial de su propagación, sino de las consecuencias de la misma; tanto para quienes la padecen como para las personas del entorno familiar, laboral o social, es decir, todo el mundo. Es una obviedad señalar que una sociedad nunca podrá ser plural, diversa e inclusiva, hasta que no descubra y acepte que la única vacuna posible para las actitudes excluyentes, es la educación con mayúscula, pero no nos privaremos de hacerlo.

Veinticinco años después de la muerte del gran músico Fredy Mercury -la voz privilegiada del grupo Queen- como consecuencia del SIDA, de que Magic Johnson- la estrella de la NBA- anunciara que era portador del VIH y de que otras muchas personas lo hayan declarado y compartido con su entorno, como es el caso del activista LGTB y amigo, Darío Jaén Rivero, en Gran Canaria, han surgido, afortunadamente, múltiples iniciativas entre las que destaca el Life Ball de Viena, el mayor evento filantrópico de Europa, que cada año reúne a decenas de personalidades en su gala para recaudar fondos dedicados a la lucha contra el SIDA, iniciativa que han seguido distintos organismos y asociaciones desde el nivel nacional hasta el local, organizando diferentes tipos de eventos deportivos, culturales o sociales en los que participan personas que ayudan a visibilizar la causa y el conocimiento de la enfermedad.

Las consecuencias del desconocimiento del SIDA y sus síntomas, hizo que en nuestro entorno, muriera mucha gente. Ahora, con los avances médicos y mayor y mejor información, la esperanza de vida de una persona enferma es similar a la de una no infectada; pero esta es una realidad sólo para el llamado primer mundo, existen otros entornos desfavorecidos, conocidos como tercermundistas, en los que además de la lucha por el control y erradicación del VIH-SIDA, las personas LGTB y las mujeres tienen además que luchar contra las leyes de gobiernos y estados homófobos y sexistas en cuyo espíritu subyacen los prejuicios y tabúes propios de cada cultura.

Concretamente en África Oriental y Meridional- según el informe ONUSIDA 2016-, las tres cuartas partes de las nuevas infecciones por el VIH se dan en el grupo de edad de 10 a 19 años, en chicas adolescentes, que no pueden acceder a los servicios relacionados con el VIH debido a la desigualdad de género, la falta de servicios adecuados para su edad, el estigma, la falta de poder de decisión y la violencia de género.

Como cada 1 de diciembre, Día Mundial del SIDA, volveré a salir a la calle con el lazo solidario rojo. Volveré a salir para recordar que aún existen muchas carencias sobre la prevención de la enfermedad, a pesar de los logros en la detención de las nuevas infecciones por el VIH en la infancia y la disminución en los adultos, estancadas desde el año 2008. Volveré a salir para no olvidar que en Europa Oriental y en Asia Central, ha aumentado en un 57 % el número anual de nuevas infecciones por el VIH, desde el año 2010 al año 2015. Volveré a salir para traer a la memoria que desde sus comienzos, 35 millones de personas han muerto de enfermedades relacionadas con el SIDA y se calcula que 78 millones de personas se han infectado con el VIH. Volveré a salir para exigir que los gobiernos y los poderosos tomen medidas urgentes e inmediatas para subsanar las carencias en materia de prevención. Volveré a salir para recordar la Declaración de París, del 1 diciembre del año 2014, en la que los alcaldes y alcaldesas, se comprometían en sus respectivas ciudades, a poner fin a la epidemia del SIDA para el año 2030. Volveré a salir -y esto es lo más duro y triste- para denunciar que los datos sobre el aumento de las nuevas infecciones por el VIH, coinciden con otros datos que indican que la financiación ha descendido a su nivel más bajo desde 2010. Por todas estas razones volveré a llevar el lazo rojo solidario apostando por la vida.