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Crónicas galantes

Billetes de racionamiento

Más leninista que los de Podemos, el ministro de Hacienda se dispone a decretar el racionamiento del dinero en efectivo. Dentro de nada va a quedar prohibido el pago con billetes de cualquier factura que exceda los mil euros, lo que reducirá las disponibilidades de pasta en metálico a poco más que calderilla. Estas ingenierías monetarias eran hasta ahora propias de los regímenes del socialismo científico; pero se conoce que el Gobierno conservador de Rajoy les ha encontrado su punto.

En Cuba, por ejemplo, los Castro alcanzaron grandes cotas de creatividad con la invención de dos monedas oficiales que coexisten en un mismo país. De una parte está el peso propiamente dicho, para uso de los nativos; y de la otra, el peso "convertible", mucho más valioso, que sirve de medio de pago a los turistas. La idea es captar divisas y, a la vez, evitar que el pueblo se malee con el consumo propio del capitalismo.

El racionamiento de billetes que ahora se va a instaurar en España obedece a diferentes razones, claro está. Aquí se trata de evitar los pagos en ese dinero negro que circula por los conductos de la economía sumergida del país.

La medida parece de lo más benemérita, aunque tal vez llegue un poco tarde. Hubiera sido de más utilidad en los tiempos del boom inmobiliario, cuando los pisos hacían correr el dinero de clase B y los españoles acaparaban uno de cada cuatro billetes de 500 euros en circulación dentro de la Unión Europea. Nunca se aclaró la razón de esta curiosa estadística, si bien se sospecha.

Mucho es de temer, sin embargo, que las restricciones al pago en billetes de curso legal afecten tan solo a las clases económicamente más desfavorecidas. Los que de verdad tienen capitales como Dios manda podrán seguir acogiéndose a los paraísos fiscales de Suiza y Andorra o a las famosas sociedades offshore de Panamá, donde es fama que el dinero vive confortablemente, lejos del ojo vigilante de Hacienda.

La singular limitación a mil euros para el pago en cash va a crear, como mucho, una nueva especie de parias de las finanzas entre la población española. Lo serán aquellos que carezcan de tarjeta de crédito y hayan de afrontar un pago de 1.001 euros a cuenta de una reparación doméstica o una avería del coche. Siempre queda, claro está, el recurso a la transferencia bancaria; pero ese es un trámite que a menudo implica gastos y comisiones.

Bien es verdad que el dinero en forma de billetes -único en el que hasta ahora confiábamos- andaba ya en trance de desaparición incluso antes de que el Gobierno de Rajoy decidiera darle la puntilla con su racionamiento.

Cada vez es mayor el número de clientes que hacen sus compras por internet, donde no se aceptan ni mil euros ni diez céntimos en efectivo para cerrar el trato. Y todo apunta a que dentro de no mucho tiempo lo habitual será pagar hasta las cañas del bar por medio del telefonillo móvil.

Quizá los billetes sean, en realidad, una víctima más de la abolición del papel que empieza a afectar a ramos tan distintos como el de la burocracia, los correos, los periódicos y los libros. Entre las medidas de Montoro y las nuevas tecnologías, pronto no veremos -físicamente- un duro a la hora de pagar. Nada más lógico si se tiene en cuenta que el dinero es, después de todo, una cuestión de fe en el banco.

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