La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cosas fascinantes y sencillas

La actuación de Papaya en la tercera jornada del Festival Cero era, desde mi punto de vista, una de las más interesantes de todo el evento que se ha celebrado esta semana en Los Jardines del Atlántico. El trío que lidera Yanara Espinoza se ha consolidado entre las grandes revelaciones del año gracias a la publicación de su primer y sensacional disco, No me quiero enamorar, y los premios al mejor debut se han sucedido, de forma merecida, a lo largo del país en los últimos meses.

Sin embargo, en su primera actuación en la capital grancanaria, dio la impresión de que su propuesta gana más en salas o teatros de pequeño aforo que en un escenario al aire libre ya que los detalles de producción que convierten a sus canciones en irresistibles se pierden en un sonido muy débil que, en muchas ocasiones, no hicieron justicia a esas perlas del reciente pop español que son sus composiciones.

Eso sucedió, por ejemplo, con la seductora Caballo de sal con la que comenzaron el espectáculo y cuyo resultado se acercaba más a una propuesta desenfadada de los ochenta tipo Aerolíneas Federales que a esa reinterpretación en clave moderna de la canción latinoamericana que es. Algo parecido sucedió en títulos como El rey de las camas o Mira tu alma que quedaron muy por debajo de las expectativas de muchos seguidores. Canciones tan atmosféricas y sugerentes como El alimento del alma, El secreto o la rapera Carne de carroña perdían su manto de oscuridad y encantadora ambigüedad para convertirse en unos medios tiempos algo planos que actuaron como contrapunto al resto del repertorio y frenaban la evolución del directo.

Todo cambiaba, sin embargo, cuando Sebastián Litmanovich sustituía el teclado por la guitarra eléctrica y su trabajo servía de apoyo a la labor de la líder del grupo con las seis cuerdas logrando que las canciones ganaran en fuerza escénica y energía rockera. Fue en esos momentos cuando apareció ese grupo de personalidad arrolladora en temas como Ahumar o Cosas fascinantes y sencillas. Yanara mostró una personalidad siempre carismática y ocurrente, y su manera de desenvolverse en el escenario merece por si solo asistir a uno de sus conciertos. Mientras, Miguel Aguas hacía todo tipo de filigranas al bajo, dejando potente su dominio de las cuatro cuerdas.

El estreno de un tema nuevo, Oye mujer, deja entrever una tendencia hacia ambientes más poperos de un segundo trabajo. Y la potente versión de Soy un macarra de Ilegales se convirtió en una de las grandes sorpresas. Por otro lado, resultó absurdo que, como único bis, se despidieran con una balada plúmbea que dejó un regusto de aburrimiento en los minutos finales. Aún así, asistir a su puesta en escena supone pasar una noche interesante porque su repertorio se resume en una inteligente y apasionada reinterpretación de las diferentes corrientes de la música moderna en los últimos 30 años. Antes actuaron La Volpe Band y Viltown que ofrecieron un rock versátil y con múltiples influencias que animaron y convencieron a muchos de los asistentes.

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