La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lo que hay que oír

La muerte de la palabra

La palabra ha dejado de existir, tengo el disgusto de anunciarlo. Sigue habiendo palabras, ya lo sé; pero la palabra, lo que se dice la palabra, es un resto más del pasado, un derrelicto que anda flotando por ahí en pleno desamparo. Algo viejuno, del XIX o del XX, de hace, pues, una eternidad. Hoy puedes decir lo que sea sin ánimo alguno de cumplirlo, que nadie te pedirá cuentas de ello. Puedes prometer y prometes sin rubor, que al cuarto de hora ya estás fuera de los "trending". Ahora que tenemos nuevos ministros y nuevas ministras y nuevas subsecretarias y nuevos subsecretarios y nuevos jefes y jefas de secciones y de servicios, ahora, digo, iremos comprobando cómo las palabras no es que se las lleve el viento: es que las anula un guasap. Cuando dije que decía Diego, quise decir que Diego decía lo que dije que había dicho Diego al decir que lo dije. Palabras y ni una palabra. Veamos lo que declaran el viernes los futbolistas, sumos sacerdotes de nuestra religión global. "Vamos a ganar en el Bernabéu", promete el lateral izquierdo de un club. Luego, pierden por siete chicharros a cero y aquí no ha pasado nada, nadie le pide cuentas al optimista aquel por sus palabras. "Estoy convencido de que sacaremos algo positivo frente al Barça", afirma con alegría irresponsable el portero del equipo que va al día siguiente va a sacar ocho veces el balón de sus redes. Y ni aparece en la rueda de prensa a pedir disculpas, para qué, si es lo que hay. Ojo al parche: no es que tanta palabrería y palabra ninguna sea un ejercicio de lo que llaman los psicólogos "profecía autocumplida", una predicción que, por el hecho de enunciarse, ayuda a que se cumpla, un modo de darse ánimo, de generar buen rollito, de predisponer al grupo. Qué va. Es largar por largar, para que continúe el espectáculo, a sabiendas de que todo pasa y nada queda, y que lo nuestro es pasar, pasar sin hacer camino ninguno sobre la mar. Me dirá más de un lector que tal desparpajo sin palabra ha existido siempre. Ya lo sé, ya lo sufrí, yo mismo falté a mi palabra más de una vez (todas las noches me arrepiento). Pero la vergüenza de palabrear en falso ha desaparecido y dejado su lugar al descaro mentiroso por impune. ¿Cuánto tardaría en ser internado en una institución para orates el futbolista que compareciese para señalar: "Dije que íbamos a ganar y nos metieron nueve; soy un charrán inconsciente, perdón"? El enamorado anuncia: "Te querré toda mi vida?". ¿Cuánto tardaría en ser internado en una institución para orates si añadiese "? siempre y cuando la hipoteca, la rutina, el hartazgo y la monotonía nos lo permitan"? La mentira ya va en el "pack" de las promesas. Cumpliré a rajatabla mi programa. Las obras públicas anunciadas se finalizarán este mismo año. A medio plazo se mejorará la atención en los hospitales, a los que dotaré del personal y del material preciso. La educación será mi prioridad, con el personal y los medios necesarios que facilitaré. No crecerá el paro en esta legislatura. Las pensiones subirán bajo mi mandato. La seguridad está garantizada, pues ampliaré el personal y facultaré los medios para ello. No habrá ya más problemas medioambientales. ¿Cuánto tardaría en ser internado en una institución para orates el político recién nombrado que sostuviese con buena cara un "Haré las chapuzas habituales y cuando me echen me encontrarán ustedes muerto de la risa a la mesa de un consejo de administración de una multinacional, forrándome"? La vida pública se ha vuelto como las series de la tele. En ellas, el reo convicto de eviscerar a toda su familia y quemar seis casas y violar a doce mujeres declara: "Debe creerme, señor juez, fue un accidente". Y añade lloroso: "Se lo juro". O sea, palabras, pero palabra ninguna.

Compartir el artículo

stats