La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reflexión

El nacimiento de una estrella

En esta vida, pocas veces se tiene la oportunidad de asistir al espectáculo del surgimiento de una estrella. Tal es así que cuando la fortuna sonríe nuestra existencia y, al fin, somos testigos de un hecho tan memorable, lo solemos obviar porque carecemos de la capacidad de valorar el momento y su importancia. Es una situación extraña por cuanto la ansiamos en extremo, pero, llegado el instante, la dejamos pasar bien por ignorancia, bien por desinterés. No hay cosa peor que apreciar lo insignificante y rechazar lo que engrandece el espíritu. El hecho es que cuando uno dedica su entera profesión a la búsqueda del talento, predicando sus bondades y advirtiendo del necesario esfuerzo en su procura, día tras día, sin alcanzar el premio, puede caer en la desidia, una trampa de muy difícil salida. No obstante, aquél puede presentarse del modo más inesperado, tanto que conceder apenas un momento a la distracción podría perjudicar irremediablemente el reconocimiento de una vocación. Felizmente, esto no ha ocurrido, de lo cual me congratulo, más que por uno mismo, por el protagonista de estas líneas.

No deja de ser curioso a la par que reconfortante que las dos penalidades del adolescente en nuestro caso particular se conviertan en dos acabadas virtudes, y de ahí -agrega uno- la dificultad que entraña valorar el talento en su etapa inicial, en la que la brillantez riñe afanosamente con la falta de pulimento en la condición o en las aptitudes. El primer obstáculo, tan habitual como inquietante, es la ausencia de medida, el querer llegar antes de comenzar el camino, el aparente saberlo todo que nada bueno presagia, apartando la humildad del horizonte. Es una edad que, como dijera el impar Groucho Marx en sus Memorias de un amante sarnoso, hace revivir al "homo ostraliticus", especie ya extinguida caracterizada por el desenfreno más atolondrado. Pero, qué maravilloso caos provoca el talento, incluso cuando todavía está en mantillas, y, si no, que se lo pregunten al autor de éxitos como Sopa de ganso o Un día en las carreras.

Así, pues, superado el primer contratiempo, queda el restante. La adolescencia está entregada por completo al presente, al aquí y ahora, puesto que el pasado no existe y el futuro es un continuo estar haciéndose. Ni siquiera se contempla la opción de la demora, del repensar lo que ha de ocurrir, puesto que el ímpetu puede al artificio. Esta penalidad puede ahogar, en su nacimiento, al mismo talento, o, como es costumbre, impedir una valoración más justa de las acciones que, en su desarrollo, se lleven a cabo. En última instancia, si el talento llega muy temprano, tanto que los aviesos consejos del Breviario del cardenal Mazarino no sean conocidos ni aun atendidos, es muy posible que "lo espontáneo y sin maldad" se trastoque en la peor senda. Y, sin embargo, cuán falto de espontaneidad está el arte actual, qué poca verdad hay en su juicio y elaboración. Por ello, cuando el auténtico talento inunda la escena, cuando el presente irrumpe con inusitada fuerza, nadie puede pararlo. Tal es la sensación que se experimenta al acudir a uno de los monólogos de Byron, un joven que cursa en la actualidad primero de Bachillerato en las aulas de La Isleta, poseedor de un talento único, arrollador y generoso en el uso y manejo de la palabra en público. Su humor rivaliza en gracia e inteligencia con el de cualquiera que, en estos momentos, se pasea por los escenarios de España. Repito e insisto: cualquiera sin importar nombre o prestigio. No es que la hipérbole se haya apoderado de este pobre cronista, ni tan siquiera que le haya podido el favor de la amistad del chico o el concurso de su docencia, puesto que ninguna de las tres posibilidades ha sucedido, aunque confieso que me hubiera gustado contarme entre los beneficiados por su trato cordial, íntegramente ajeno a la infatuación de muchos de los que pisan inmisericordemente la escena nacional. Lo que ocurre es que, ávido por el encuentro de las vocaciones, cuando, en efecto, ello tiene lugar, uno bendice el haber estado allí, el ser testigo de la magia del momento.

Algunos dirán, más de lo que se cree en un principio, que son muchas palabras para presentar a un desconocido, a un imberbe que apenas bate sus primeras armas en las artes escénicas, y quizás tengan razón, pero todavía me complace compartir algo más que, como profesional de la enseñanza, me resulta muy gratificante. Es tanto el deseo de Byron de ver reconocido su incipiente talento como su perseverancia en el estudio académico, ya que, en su acertado pensamiento, lo uno va de la mano de lo otro. Sabe que, si de veras quiere abrazar el triunfo, lo mejor es prepararse con esmero para una posible oportunidad porque, aunque vengan mal dadas, ese esfuerzo le hará remontar las contrariedades del destino. Es un ejemplo para los de su edad y, en su humildad y entrega, lo que cabe es ofrecerle lo que tanto ansía, esa oportunidad en la que mostrar lo que la naturaleza le ha concedido con extrema generosidad. Y, si por lo que sea no creen a este iluso, les recuerdo la franca y genial respuesta de otro eterno joven, el Marx del bigotón pintado, que luchó incansablemente por alcanzar el aplauso de la audiencia: "¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?" Pues eso.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

Compartir el artículo

stats