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CRÍTICA

Triunfal debut de la Joven Orquesta

Éxito rotundo del debut de la Joven Orquesta de Canarias (Jocan) en el Auditorio de Las Palmas, lleno hasta la bandera y vibrante de entusiasmo. Al fin vemos cuajar una idea ambiciosa de los anteriores gobiernos autónomos, concebida y cimentada por las consejeras de Cultura Milagros Luis e Inés Rojas a partir de una propuesta de la Comisión Asesora del Festival de Música de Canarias, que ambas presidieron. Esta valiosa estructura, tan deseada, alinea el Archipiélago con las capitales culturales del mundo y aparece en un momento de esplendor de la disciplina orquestal en las Islas. Además de las dos sinfónicas profesionales y sus hijuelas de estudiantes, la recuperación de la Sinfonietta de La Laguna por el maestro Gregorio Gutiérrez, el retorno a las Islas de Alberto Roque, brillante batuta de las últimas décadas en Budapest, los excelentes conjuntos que se reúnen anualmente en La Orotava y La Palma, la Orquesta del Conservatorio Superior de Canarias revitalizada por Sergio Alonso, la del Atlántico con Isabel Costes y los diversos conjuntos de plantilla clásica certifican el gran momento instrumental de las Islas y hacen visible una cantera no solo prometedora sino en el punto de ebullición que garantiza el relevo profesional. Un tesoro que es preciso cuidar y potenciar sin titubeos.

Acierto pleno ha sido entregar la dirección titular y artística a Víctor Pablo Pérez, maestro de talento y riquísima experiencia en el podio, que demuestra, además, el saber pedagógico, la capacidad de inducción subjetiva y la autoridad que son indispensables para afianzar un trabajo a la vez disciplinado e inspirado. Comenzó el concierto con la Obertura canaria del tinerfeño Emilio Coello, escrita para la Jocan, que urde en formas complejas (y muy bien planificadas para el lucimiento global y seccional de la orquesta) un imaginario sonoro de Canarias que oscila entre la cita textual y su metabolismo emotivo. Buena carta de presentación, aunque el exceso de instrumentos en escena magnificó los volúmenes y restó claridad a los grandes tutti.

Con platilla mozartiana, sonaron mucho mejor las espumosas y divertidas variaciones del Rondó en re mayor K.382, admirablemente pulsadas y fraseadas por Iván Martín, pianista grancanario también joven y consagrado en la escena internacional, envuelto en una esfera instrumental idónea para el trabajo concertante.

Víctor Pablo condujo finalmente, con evidente control y placer, el orgánico romántico de la Novena Sinfonía, del Nuevo Mundo, de Dvorak. Un reto de virtuosismo superado con empuje y pasión excepcionales en la rítimica y en los motivos épicos y líricos, ajuste satisfactorio y lucimientos espectaculares en los pianísimos de la sección de arcos (Largo), cohesión y justeza en la velocidad (Molto vivace) y ambicioso aliento en los dos allegros, con rendimientos de gran calidad en oboe y corno inglés, así como en la vocalización grandiosa de trompas y trombones.

¿Defectos? Frecuentes pero claramente superables en el redondeo de la epidermis sonora individual y colectiva, el equilibrio dinámico y el empaste de todas las secciones. Era un debut, aún muy apoyado por invitados externos pero lleno de futuro. No cabe pedir más ni mejor. Las aclamaciones de la sala arrancaron dos propinas: una atractiva orquestación del villancico canario Lo divino y la Marcha Radetzky de Strauss, palmeada por todos.

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