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El análisis

El espejo

En uno de los mejores cuentos de la España contemporánea, La mortaja, sentenciaba Miguel Delibes, por medio de la voz del Senderines, el niño protagonista, que le "debía a su padre la libertad, ya que todos los padres que él conocía habían truncado la libertad de sus hijos enviándolos al taller o a la escuela". Desconozco si ésta era la intención que albergaba el progenitor de Jinámar (Gran Canaria) al mantener a sus hijas fuera de la ley, o si estimaba que, al excluirlas de la atención médica o la preceptiva escolarización, creía hacer un bien objetivo por ellas. Son cosas que forman parte de la intimidad de las personas, pero me resulta muy extraño que al condenar a su prole a la ignorancia o a la enfermedad, en el futuro, las que ahora son niñas, no muestren cierto desagrado -eso, por lo menos- con la decisión tomada por sus padres. Sin embargo, y aunque lo parezca, no voy a cargar las tintas sobre la familia ni el quebranto ético y social que supone apartar la infancia de las instituciones, sino justo sobre éstas, y, en especial, la responsabilidad que contraen las autoridades con respecto a sus administrados y la necesidad de que los organismos oficiales encargados de velar y proteger a los menores funcionen como es debido, al margen de los propósitos morales de los progenitores.

Lo que se deduce de la polémica surgida en torno a la realidad detectada por los servicios sociales es que todavía perduran gestos y razonamientos de otros tiempos, de una época que parecía felizmente superada en la que Canarias, como así lo atestiguan las estadísticas del Diccionario de Madoz, era poco menos que la triste representación de la pobreza más absoluta, del páramo educativo, en el que ocho de cada diez hijos del archipiélago eran analfabetos sin remisión. Hoy, afortunadamente, las cosas han cambiado, pero, noticias como la de la familia grancanaria, nos hablan de que, por escaso que sea el porcentaje, casi anecdótico, el problema continúa. Y, ocultarlo, como a veces se pretende, y de la manera más absurda y ridícula, no es lo apropiado, ni para la imagen que tienen de sí los canarios ni, por supuesto, para la proyección política que se desea de la comunidad. Tampoco, evidentemente, hay que calificar como "fabulosa" a la familia que obra así sobre su descendencia, aunque haya sido con el ánimo de rebajar la tensión y no favorecer, entre la opinión pública, la criminalización de los padres.

Por desagradable que pudiera ser, estos fenómenos excepcionales son los que nos invitan a mirarnos en el espejo de lo que fuimos y de lo que queremos ser, a escudriñar el presente y comprobar lo que todavía nos distancia de un futuro de progreso y prosperidad. Los políticos, quizás por no caer en la vergüenza de su irresponsabilidad, desdibujan la realidad, hacen que las cosas parezcan muy diferentes a como son, traicionando los principios que juraron seguir y cumplir, y con ello, pretenden adormecer la conciencia de un pueblo. Pero, como decía la niña de Lewis Carroll, la curiosa y jovial Alicia de A través del espejo, "ahí está el cuarto que se ve al otro lado del espejo y que es completamente igual a nuestro salón, sólo que con todas la cosas dispuestas a la inversa". Las instituciones habitan en el lado de los sueños, de lo que todavía no es y, tal vez, llegue a ser en un día no muy lejano, ignorando, en el camino, lo tristemente real. En vez de trabajar para hacerlo posible, en ocasiones van a la contra, viviendo en un letargo de complacencia que vuelve más odiosa, si cabe, su incapacidad para llevar adelante la tarea.

Canarias debe, en la medida de lo posible, evitar la repetición de estos casos tan ominosos. En tal sentido, habría que redoblar la prevención institucional y fortalecer los controles sobre la desigualdad y la injusticia social. Bajo ninguna circunstancia se trata de aislar o crear guetos en determinados municipios o localidades, como alguien propuso en su momento, sino todo lo contrario, intentar no caer en la normalización de la pobreza y la ignorancia. No obstante, las familias han de responsabilizarse en el bien superior de sus hijos y el futuro que les aguarda, para lo cual, el diseño y ejecución de una campaña de sensibilización por parte de las autoridades en torno a la necesidad de la educación y la sanidad no estaría de más, visto lo visto., aunque, en pleno siglo XXI, aquélla parezca más propia de nuestros antepasados. O eso o, como al Senderines, el que abría esta breve historia de espejos, que ni siquiera sabía cuál era su auténtico nombre porque su padre nunca se preocupó en decírselo, más atento a su bienestar que al del que habría de seguirle. Quiero pensar que nuestros hi-jos correrán mejor suerte que el Senderines y marcharán por el mundo con un nombre y un orgullo, el de jamás avergonzarse de ser canarios.

Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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