La Provincia - Diario de Las Palmas

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Opinión

¡Va por usted, maestro!

A mediados de los años cuarenta, cincuenta y principios de los sesenta, el analfabetismo en todo el país era alarmante más en Canarias por la lejanía y el abandono que padecíamos, según cuentan de diez individuos siete firmaban con el dedo. Cómo sería en las islas pequeñas.

Los maestros y maestras nacionales, maestros de escuela fueron la base principal para paliar tanta precariedad. Su labor fue brillante nunca se hizo tanto para ganar tan poco, pues según cuentan el salario que percibían era ridículo. De ahí que la muchachada de la época hiciera popular un dicho que solía decir: "Pasas más hambre que un maestro de escuela".

Sin lugar a dudas en aquellos tiempos ser maestro de escuela era un título de orgullo y de valor, de mucho valor. En casi todos los pueblos y en todos los barrios habían escuelas públicas. En los barrios, según el número de habitantes podrían haber tres, cuatro y más. En el barrio de San Antonio, como era pequeño, habían dos y los dos en la misma calle, una de niñas con una maestra y otra de niños.

En la ciudad había pocas escuelas públicas, recuerdo La Graduada, en la calle Venegas; todas eran de pago: el colegio Viera y Clavijo, el padre Manjón, el Corazón de María, Los Jesuitas, La Escuela de Comercio, la Industria Academia Cost.

Estaban los internados de San Antonio, la Casa del Niño y los Salesianos en Ciudad Jardín, que hicieron una labor inconmesurable. En todos los barrios la figura del maestro y la maestra era muy respetada y en los pueblos su figura se acentuaba adquiriendo cierta relevancia social, bien merecida, pues después del alcalde, del cura, el médico y el maestro.

Los maestros y las maestras de aquella época eran personajes entrañables y amantes de la enseñanza pues no se concibe de otra manera el trabajo que realizaban a cambio de casi nada.

Se suele hablar de los castigos que se recibían, yo no recuerdo más allá de ponerme de rodillas mirando hacia la pared, algún palmetazo con la regla o un tirón de orejas. Hay que tener en cuenta que un solo maestro o maestra tenían que bregar con hasta treinta alumnos a los que enseñaba primero a leer y escribir, luego gramática, historia, ortografía, religión, todas las enseñanzas y todo con un libro, una libreta y un lápiz. Aunque en aquella época éramos inocentes e ingenuos, por lo general, también los había de "carrera larga" seguro que los alumnos de hoy en día se reirían de esos castigos.

Como anécdota les diré que en el colegio público La Graduada donde estuve varios años, el maestro venía en bicicleta y solía dejarla detrás de la puerta de la calle. Un día le vaciaron una rueda, puso en pie a toda la clase y preguntó quién había sido, nadie respondió y dijo: "Están todos arrestados a tres días sin recreo". Seguidamente sacó del cajón de su mesa un fuelle y pidió un voluntario para inflar la rueda. Toda la clase se puso en pie ofreciéndose y se oyó una pequeña voz que decía: "Yo soy Sr. Maestro, pues he sido yo". El maestro se le quedó mirando un rato, lo llamó, le dio el fuelle y le dijo: "Infla la rueda y desde hoy tú serás el encargado de cuidar y vigilar la bicicleta, ese es tu castigo. Sentarse todos y el castigo queda suprimido" sin comentarios.

Permítaseme dedicar unas líneas a un popular y singularmente atípico personaje al que cuando alguien le miraba repetía y si se cruzaban con él solían pararse volviendo la cabeza, el profesor Reina, Don Manuel Lorenzo Reina. Fue maestro nacional, maestro de escuela, labor que ejerció en varios puntos de la isla y en el Internado Los Salesianos donde tuvo como alumno a un joven agüimense que más tarde sería un excelente escritor y periodista: Orlando Hernández, con el tiempo los tres llegaríamos a ser grandes amigos. Lo de profesor empezó cuando fundó en la calle Triana, el Colegio Inglés.

Era casi obligatorio hacerse el alumno una foto sentado detrás de una mesa con un libro abierto y de fondo un mapa de España con todas las Islas Canarias en un recuadro en el mar Mediterráneo, al lado de las Islas Baleares.

El maestro venía a clase siempre con el traje-chaqueta, encorbatao, casi siempre el mismo y los zapatos igual, años y años. Sin perder la compostura los alumnos nos dirigíamos a él siempre con el "don" delante y es que eran otros tiempos, otra "educancia" y otros modales. Y es que... ¡Había un respeto! Aquella zaga de maestros ya no existen, están todos jubilados, ahora ha surgido otra, los profesores de EGB, los de párvulos, los de Primaria, los de ESO, los de educación física, los de...

Ahora muchos van a clase en pantalón vaquero descoloridos y rotos en mangas de camisa y algunos con la camisa por fuera, al viento y no hablo de tatuajes porque cada cual es libre de poner en su cuerpo lo que quiera. Y las profesoras casi todas con pantalón largos y cortos y fumando. Los tiempos cambian que es una barbaridad. En aquella época había que tener un enorme amor a la enseñanza para ser maestro o maestra de escuela.

Ellos han puesto el listón tan alto que difícilmente por mucha tecnología que tengan va a poder superarlo.

Tengan en cuenta que les estoy contando de cuando en el país no había TV. De cuando la chiquillería de los barrios íbamos caminando hasta la playa La Laja a bañarnos desnudos. Muchos descalzos. De cuando aún no existía la UD Las Palmas. De cuando el Real Madrid jugaba sus partidos en Chamartín y el FC Barcelo en Las Corts. De cuando al final del barrio San Antonio se construyeron el primer grupo de llamadas "casas baratas" con un magnífico grupo escolar y hasta un pequeño mercado, llamado todo ello, "Grupo García Escámez" Fue el principio de lo que es hoy la llamada Ciudad Alta.

Tengo muchos amigos maestros de escuela, algunos muy conocidos y admirados: la escritora y poeta Pepa Aurora, el escritor Rafael Franquelo y algunos más.

He de significar que en los pueblos había la costumbre de que los padres de los alumnos solían llevar a la casa del maestro o maestra, pequeños obsequios como huevos, frutas y verduras de la huerta y hasta alguna gallina. Era una sana costumbre que había a sabiendas, seguro de que le vendría bien. Ellos lo agradecían aceptándolo. También al cura y al médico.

He de decir que en todos los barrios habían tantos colegios de niños como de niñas. Donde habían colegios mixtos era en los de pago. Yo estuve en uno en la calle Arena, cerca de Triana. En el colegio público de niños que había en San Antonio de Don Salvador Ponce, mi primer maestro -los domingos nos llevaba a misa, en la ermita de San Telmo en Triana. En algunas ocasiones nos echábamos la "jullona" y nos íbamos al Barranco de Guiniguada a cazar lagartos con el tirachinas y a coger nísperos y algarrobas. He de significar que hasta algo ya mayorcito no supe que el barranco que pasaba por debajo del puente Palo y el puente Piedra se llamaba Guiniguada, pero si me sabía de memoria todos los ríos y capitales de provincia de la Península.

Sirvan estas líneas como homenaje a todos los maestros y maestras de un exalumno agradecido y de manera especial a la memoria de mi inolvidable maestra, Doña Pino Pérez Melián. Y termino con una frase muy torera que se suele decir en los ruedos. ¡Va por usted, maestro!.

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