La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Leonard Cohen

Vaya por delante que no soy muy partidario de obituarios, pues suelen derivar casi siempre en meros panegíricos, monotemáticos de las múltiples virtudes del finado, añorado por todos y todas (en este caso y sin que sirva de precedente, sí procede el "y todas"). Pero ante una edad como la que me acecha (y disculpen el tono cauto y precavido del eufemismo) me fascina observar el enfoque del último capítulo vital de aquellas personas por las que siento admiración o afecto, o ambos a la vez, como en el caso de Leonard Cohen. No todos tienen la oportunidad de verbalizar el cierre de su etapa final, como lo tuvo por ejemplo mi admirado poeta cubano Indio Naborí en su sobrecogedor poemario terminal "Una parte consciente del crepúsculo", o como Leonard Cohen en su último CD, que viene a representar un descarnado testamento musical donde los haya.

Ya en álbumes anteriores nos adelantaba el cantautor su planteamiento ante el más allá: como Pascal en su famosa "apuesta razonada", apuntándose a asumir la existencia de un ser divino, aun pagando el correspondiente peaje, empero a todas luces insignificante ante la perspectiva de una compensación eterna, Leonard Cohen nos aclaraba:

"No existe Dios en el cielo

Ni tampoco un infierno abajo

Lo afirma el gran profesor

De todo lo que hay por saber

Pero he recibido una invitación

Que un pecador no puede rechazar

Y que es casi como la salvación...

En su casi póstumo CD, Leonard Cohen se lamenta de cierta falta de reciprocidad en su amor por el sumo hacedor, en el elegante reproche: "Quisiera que existiera un tratado

Entre tu amor y el mío".

Pero por supuesto que en una vida plena de sensaciones y vivencias, no podía faltar la nostalgia y la melancolía ante la pérdida definitiva de todo lo tan intensamente vivido y tan generosamente servido. En una de sus últimas canciones concluye, resignado:

"Me levanto de la mesa

Ya no estoy en el juego".

O en "Viajando ligero" donde reflexiona "Si el camino me devuelve a ti

Habré de olvidar las cosas que aprendí

Y la memoria de uno o dos amigos,

Viajando ligero, como íbamos siempre".

Y así la postrera trova de Leonard Cohen, a contrapelo del finiquito de un Naborí ateo, culmina con una aceptación, tan escueta como cargada de futuro: "Aquí estoy, aquí me tienes,

Estoy listo

Mi Señor".

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