El agua que corroe los metales, horada las piedras y destruye los caminos ¿qué no hará en los intestinos? ¡Pues bebamos vino! Así lo expresaba el poeta, que con arte sublime describía una realidad de la vida diaria; la grandeza del agua que es vida y destrucción, como se puede contemplar en el acontecer de cada día.

Sin embargo, también es un hecho que tiene un comportamiento predecible y su importancia ha dejado huella en la historia y seguirá limitando y condicionando la economía y la relación de la humanidad con la naturaleza y de los pueblos entre sí.

La medicina nos recuerda de forma insistente que somos agua y que nuestra salud está íntimamente ligada a su consumo -beba el pan y mastique el agua es el consejo-. Entre el 60% y el 70% del cuerpo humano de un adulto es agua. Su calidad es la causa de numerosas enfermedades y su carencia puede ser letal en días.

Es resaltable un hecho que forma parte de las preocupaciones mundiales. Se trata del nuevo clima que se está conformando y la opinión de los expertos, quienes ya han asumido que estamos en los albores de una nueva era geológica. En ese nuevo clima el agua adquiere el protagonismo principal de los potenciales cambio que se avecinan para bien o para mal.

Sirva este prologo para enmarcar la importancia del agua en la vivencia y convivencia de la ciudadanía. Ya en la década de los noventa del siglo pasado, las Naciones Unidas alertaban a los poderes públicos sobre la necesidad de preservar, acrecentar, prevenir y reciclar el agua. Empezaba el célebre decálogo del agua, recordando una obviedad: "El agua es vida" y terminaba recordando la necesidad de que los sectores públicos desarrollaran instrumentos para gestionar el agua con eficacia y eficiencia, adaptando esa gestión a la evolución tecnología y al uso de los medios más modernos.

Una rápida ojeada a entornos de ciudades similares a la nuestra nos pone de manifiesto el empeño de cada una de ellas en caminar por la senda de la buena gestión: suministrando agua de calidad -que el grifo domiciliario sea una fuente-, distribuir con eficacia -como si de gasolina se tratase- y reciclar el agua de abastecimiento, de tal forma que en lugar de hablar de aguas negras hablemos de aguas blancas.

La planificación adecuada es hoy una herramienta de gestión imprescindible para poder contestar a las preguntas: ¿qué hacer? para atender la necesidad de disponer de agua de calidad; ¿por qué? se necesita una determinada cantidad de agua; ¿dónde? es más conveniente concentrar la producción; ¿cómo? se produciría y con qué tecnologías; ¿cuándo? se debe disponer en el tiempo para atender la demanda esperada; ¿cuánto? cuestan la producción y la gestión; ¿cuáles? serían las alternativas de emergencia y ¿quién? soporta el coste global o por partes.

En el caso concreto de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria es muy importante tener claro y caracterizado el sistema de abastecimiento, saneamiento, depuración y reutilización para saber y poder responder las siete preguntas anteriores en la próxima década. Sobre todo porque nos estamos quedando en el vagón de cola de la óptima gestión del agua y la previsión de su comportamiento. No es concebible que ya en el siglo XXI la red de distribución tenga más de 20.000 depósitos en azoteas y aljibes que suponen una discontinuidad en la conducción y un potencial foco de contaminación que impide que lleguen hasta el grifo los componentes protectores de la calidad, como el cloro libre. La red debe estar siempre en presión para poder, entre otras cosas, disponer de un modelo de simulación que permita conocer los consumos y la evolución de la calidad del agua distribuida, alertando de potenciales alteraciones de la calidad.

Pero lo más preocupante de la situación del sistema de abastecimiento en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria es que, a quien le corresponde, no sepa contestar a las preguntas de ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿cuánto? y ¿quién? debe proveer la infraestructura hidráulica para garantizar el abastecimiento en la próxima década. Las desaladoras de Piedra Santa, algunas conducciones importantes y la depuradora de Barranco Seco, entre otras infraestructuras, están cercanas a cumplir su vida útil. Su reposición es costosa y necesita un tiempo de proyecto y ejecución que hace peligrar la continuidad del suministro. Y desafortunadamente las conexiones necesarias con el resto de la isla, que servirían de alternativas, no existen.

Sería tranquilizador detectar que la administración responsable es consciente de esta situación. No es el caso; no se aprecia la ocupación por determinar el estado del sistema ni mucho menos la planificación hidráulica municipal a largo plazo. Esperemos que no sea un percance de cierto alcance el que les haga despertar del letargo.