Todo es bulla, escándalo, guirigay, espejos deformantes y lecturas aberrantes. Me ha espantado ver -y escuchar- a Román Rodríguez encarnar paroxísticamente a Román Rodríguez, una caricatura casi estrambótica de lo que fue, un amasijo de gritos y tics casi doloroso. La intervención del expresidente, sin embargo, tiene cierta utilidad, porque resume y concentra las estupideces y disparates que se escuchan en los últimos días y que son impropios de cualquier responsable político criado en una democracia parlamentaria. A saber. Es obvio que Fernando Clavijo -el Gobierno coalicionero- está en una posición de minoría parlamentaria. Pero es una situación a la que acaba de llegar después de romper con su socio político durante año y medio, el PSC-PSOE, y que puede superar cerrando un acuerdo con otra fuerza política, y muy probablemente lo hará con el Partido Popular (Antona debe esperar entre suspiros la autorización de Génova para entrar en el Gobierno) y la ASG de Casimiro Curbelo. Clavijo no lleva seis meses con un Ejecutivo minoritario y perdiendo agónicamente votaciones en la Cámara. De hecho solo ha perdido una en estos 18 meses y ha conseguido aprobar hace pocas semanas los presupuestos generales de la Comunidad autonómica.

Lo mismo ocurre con la insistencia -un poco cómica- en la cuestión de confianza. En términos estrictamente políticos, el presidente del Gobierno no está obligado a presentar una cuestión de confianza, que solo es un instrumento disponible para aclarar una situación parlamentaria, no una asignatura obligatoria para continuar gestionando los asuntos públicos. Tampoco la oposición está políticamente obligada a presentar una moción de censura. No presentarla no significa que las fuerzas de la oposición deban callar la boca, irse a buscar burgados y renunciar a la fiscalización del Ejecutivo, porque la moción de censura no tiene una naturaleza teológica, sino meramente instrumental. A la airada solicitud de una cuestión de confianza al presidente el presidente puede responder (y lo ha hecho) invitándoles a presentar una moción de censura. Y tal moción de censura es imposible: las diferencias políticas, programáticas e ideológicas de los hipotéticos censurantes (por no hablar de sus respectivos intereses electorales) lo impiden. Insistir en este desiderátum es majadería obtusa o insoportable postureo: mejor haría la oposición - sin excluir al PSC-PSOE una vez recuperado de su estupefacto descalabro- subrayando los errores, insuficiencias, torpezas y contradicciones del Gobierno de Clavijo y presentando alternativas que en empecinarse con soñar dispépsicamente con un holocausto coalicionero que no va a llegar. Es cierto que 23 años -los que lleva Coalición Canaria presidiendo y controlando el Gobierno autonómico- son muchos años. Pero el hartazgo, el cansancio y hasta la legítima obsesión por desplazarla del poder no debería llevar a deformar las condiciones y reglas de la democracia parlamentaria. Por lo menos.