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Conciertos

Placeres académicos y maneras de tañer

Interesante y muy grato concierto monográfico de la Accademia del Piacere, dedicado a Sebastián Durón (hermano de Diego, maestro de capilla de la Catedral de Santa Ana) en el tercer centenario de su muerte (1716). Sinfonías, danzas, cantadas y pastorelas, espigadas entre varios de sus títulos y agrupadas en secuencia con el enunciado Muera Cupido, mostraron la sabiduría y la gracia de la música amatoria y mundana del compositor.

El versátil conjunto de seis instrumentistas y una soprano, dirigidos por Fahmi Alqhai, hizo alarde de excelencia en el dominio técnico y la expresividad de un arte barroco de raiz popular, retardatario en relación con el desarrollo formal de su tiempo pero muy libre y atractivo.

Considerando lo que era en Alemania la obra de Bach, en Italia la de Vivaldi y en Francia la de Couperin, más o menos contemporáneos de Durón, la estética del español no está en la onda más avanzada de la transición entre los siglos XVII y XVIII pero, tal vez por lo mismo, conserva el interés de un sello diferencial que, abordado con la autenticidad y la desenvoltura de estos intérpretes, complace el oido y deleita el espíritu. Más aún, ilustra las maneras de tañer y cantar que dan testimonio de un tiempo, en los espacios sacros y profanos, caraterizado por la hegemonìa de un arte musical nacido de la espontaneidad popular. Pasado el momento de los polifonistas geniales, la trascendencia trocaba en encanto.

Admirables instrumentistas, los del Piacere. Los quintones, violines de cinco cuerdas sostenidos verticalmente entre las rodillas, con sonoridad intermedia entre el violón y la viola da gamba; esta misma viola, el violón tañido con arco o pinzado como guitarra, la guitarra barroca y la tiorba, formaron conjunto riguroso y encantador a la vez, con una soprano, Nuria Rial, espléndida en la emisiòn sin vibrato de una vocalidad idónea y en la inteligencia del volumen y los matices. El pequeño Teatro Guiniguada, mediado en el patio y casi vacío en el entresuelo, proclamaba un vez más que ni siquiera el regalo es motivador de asistencia. Una verdadera pena.

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