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Al azar

Trump jura su venganza

Ha llegado el presidente vaticinado por Mafalda. Donald J. Trump ha necesitado solo 35 palabras, pronunciadas con la mano izquierda sobre dos biblias, para jurar su Venganza. Así titulaba un capítulo de uno de sus manuales para triunfadores sin escrúpulos. En el interior, detallaba el credo revanchista que ayer lo condujo desde su tríplex de tres mil metros cuadrados en la Quinta Avenida neoyorquina hasta la modesta Casa Blanca. "Haz siempre una lista de la gente que te ha hecho daño. Después siéntate y aguarda el momento apropiado para vengarte. Cuando menos se lo esperen, ve tras ellos para desquitarte. Apunta a la yugular". Por mucho menos, Noruega ha concedido un premio Nobel de la Paz. A propósito, Teflón Don dispensó al saliente Obama el trato displicente que se reserva a los jubilados que insisten en acudir a la oficina donde se sienten indispensables. Desde la primera frase, estableció que a partir de ahora "decidiremos el curso del mundo durante muchos, muchos, muchos años".

Escuchar a Donald Trump en el Capitolio obliga a repensar si la sede del Congreso estadounidense fue un objetivo fallido del 11S, dado que la liquidación incruenta de las instituciones tradicionales ha procedido a velocidad de crucero sin necesidad de aviones bomba. Es el primer discurso que el presidente neófito pronuncia sin el índice amenazador al que oponía resistencia Quevedo, en su "no he de callar, por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, o ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo". La Casa Blanca posee una larga tradición de narcisismo, pero Trump parecía molesto de que los ministros religiosos que precedieron a la jura solicitaran la protección de Dios para el presidente, cuando lo lógico sería lo contrario.

Aun aceptando la necesidad de un purificador Juicio Final, nombrar juez del evento a Trump parece excesivo. "Quita tus manos de la biblia de Lincoln", grita media América, pero los 62 millones de votantes de la otra mitad no tienen por qué estar equivocados. De ahí que el primer mandamiento de la nueva era ordene que "No menospreciarás a Trump". El nuevo emperador está acostumbrado a salirse con la suya. Obama distinguió al principio de su mandato entre guerras necesarias -Afganistán- y opcionales -Irak-. También hay votos opcionales, que volaron hacia Hillary Clinton, y votos por necesidad, atrapados paradójicamente por el magnate del pueblo.

Cuesta encontrarle una virtud a Trump, o por lo menos una cualidad que él mismo no se haya atribuido previamente. Sin embargo, su sangre fría resulta admirable. Erigido en maestro de ceremonias, señalaba con el dedo de insultar a los partidarios a quienes reconocía o agitaba su palma abierta, antes incluso de prestar juramento. Se atrevía incluso a exteriorizar su aburrimiento hostil, cuando el programa de la inauguración se estancaba en las audiencias televisivas. Algo bueno tendrá, si ha conseguido ahuyentar de su inauguración a personajes como Elton John o Celine Dion. Todavía no ha arrastrado a Estados Unidos a una segunda guerra civil, pero el enfrentamiento civil es palpable porque el odio ha superado la ironía.

Se había anunciado un discurso filosófico de Trump, aunque solo un Nietzsche desencadenado puede proponer un superhombre a la altura de la imagen que el presidente ve reflejada en el espejo. No hubo concesiones a la meditación, en la intervención no faltó ningún arma de destrucción masiva. La ceremonia demostró también que la Primera Dama Melania será menos importante que la Primera Hija Ivanka, en el despunte de una dinastía que pueda competir con los Clinton o los Bush.

El mundo ha entregado las riendas a uno de esos jurados televisivos que se dedican a amedrentar a los concursantes que aspiran a cocineros o a cantantes. En su último mitin de ayer, Trump predicó la esencia del populismo. "Estamos cogiendo el poder de Washington y os lo estamos devolviendo a vosotros, a la gente". No olvidó una declaración de guerra mundial a los países "que han robado nuestros puestos de trabajo". Ha culminado su venganza. No acabará con el legado de Obama durante los cuatro próximos años, lo extinguió en la ceremonia de ayer. Solo le faltó arrojar por el balcón a su predecesor, de la forma expeditiva que hubiera preferido. En la única medida de gracia de su mandato, Trump ha anunciado que no comenzará a gobernar hasta el lunes. El mundo recibe la prórroga de un fin de semana, como el condenado al que se licencia un último pitillo.

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