Es probable que el tono aparentemente imperativo de este artículo provoque rechazo. Y su contenido, más. Pues encantado, de eso se trata. El 9 de octubre de este año se cumple medio siglo de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, el Che, en La Higuera (Bolivia). Se ha escrito mucho sobre esa muerte, asesinato más bien, sobre sus causas y sus consecuencias. Lo cierto, para mí, es que su desaparición supuso una pérdida inmensa para toda Latinoamérica: las dictaduras a la carta fabricadas por los gringos que vinieron después, y que se sumaban a las ya existentes, lo corroboran. Pero apelaba, apelo, a la lectura de lo que el Che dejó escrito, más de dos mil páginas, desde su famosa Guerra de guerrillas hasta Cuadernos de motocicleta" Merecen una lectura, un recuerdo y un gesto de ternura, por su ingenuidad inmediata y por su humanidad demasiado humana. Pero hay un texto olvidado Apuntes críticos a la economía política, de 1965, que anticipa el fracaso de la Unión Soviética, entre otras cosas acertadas y desacertadas. De todo ello escribe su hermano pequeño, Juan Martín Guevara, en su reciente libro Mi hermano el Che, escrito en colaboración con la periodista francesa Armelle Vicent, y editado en nuestro país por Alianza editorial. Juan Martín rompe un pacto familiar de silencio sobre su hermano, que solo se saltó su padre, en 1984, con un libro un tanto panfletario y oportunista. Mi hermano el Che es un libro sobre el hermano pero también sobre los últimos sesenta años de la historia política de Latinoamérica, y eso enriquece la obra y disminuye el desorden dialéctico que impera en ella unido a un cierto desaliño estilístico fruto, probablemente, de estar escrito a cuatro manos. Mas hay que leer al Che, y a su hermano. En los tiempos que corren al otro lado del Atlántico, estas lecturas compensan e iluminan un panorama que alguna vez fue ilusionante; ahora está claro que no: la lista de recientes presuntos empujes revolucionarios que han resultado fallidos es demasiado extensa. El ultraliberalismo ha ganado en todas partes y esculpir algo tan modesto como socialdemocracia no es que provoque escándalo alguno, sino risas esperpénticas de los triunfadores. En España lo sabemos bien. Hay que leer al Che como metáfora de una cierta esperanza, de que las ideas son potentes, y que la lucha por la igualdad y la justicia social todavía merecen la pena.