El destino ha reservado un lugar de honor a Rafael Nadal y a Roger Federer, que desde el respeto y la admiración mutua han protagonizado -y ojalá puedan seguir haciéndolo- muchas de las batallas más hermosas y épicas en la historia del tenis.

En 2009 cruzaron por vez primera sus raquetas en Melbourne. Fue en la final, porque como los dos mejores jugadores de aquellos años estaban condenados a cruzarse sólo en las finales. Ganó Rafa un tremendo encuentro en cinco sets y Federer, tipo de lágrima fácil, lloró como un niño en la entrega de trofeos. Nadal, entonces con sólo 22 años, se encargó de buscarle consuelo: "Recuerda que eres un gran campeón. Vas a superar los catorce (títulos del Grand Slam) de Sampras. Volveremos a vernos aquí".

Y allí, ocho años después, volvieron a verse ayer de nuevo en una final cumpliendo así la premonición de Nadal. El español en busca de romper el empate a catorce grandes con Sampras; el suizo persiguiendo el decimoctavo. Probablemente ni uno ni otro esperara en 2008 que pudieran tardar tanto en volver a verse en Melbourne, ni al inicio del actual torneo se creyeran en condiciones de citarse de nuevo en la final australiana dada su edad (35 años el suizo, 30 el español) y el castigo inmenso que acumula su cuerpo. Pero de cabeza siguen jóvenes. Y están finos. Y rápidos. Y juegan como los ángeles cada uno en su estilo y con sus armas.

En 2009 ganó Rafa en cinco mangas y ayer ganaba también en cinco Roger probablemente la que haya sido la última batalla entre ambos en una final del Slam. La edad pesa y que coincidan ambos en un momento tan espléndido no es sencillo. Pero hay que seguir creyendo en estos dos tipos; no sé si los mejores en la historia del tenis pero sí los mejores de la era Open (desde 1968). Y, sobre todo, los que más admiración han levantado en el mundo. En todo caso, jugando así Rafa está en el camino de aumentar su leyenda en Roland Garros con un décimo título y Roger de agrandar la suya en Wimbledon con un octavo.