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REFLEXIÓN

Dos canarios

Recientemente en Canarias dos de sus hijos más proactivos han movilizado dos iniciativas de distinto signo. Alfredo Schamann, al frente de una asociación cívica, ha planteado el traslado a la isla de Gran Canaria de los restos del rey canario Fernando o Hernando Guanarteme, acción esta indivisible de cierta apelación a una identidad pasada que el canario cree no tener y que está basada en la convicción que algún día de un pasado no tan remoto, nuestra tierra tuvo rey, que pactó la paz con el rey de Castilla para salvar el linaje, al tiempo que hacía que se respetasen las singularidades más testarudas.

Normando Moreno ha datado en el periodo 1487-1528, con nuestro rey como protagonista, el nacimiento de unos derechos históricos, que el canario también cree no tener y que eximían a los canarios de pechos, alcabalas y otros tributos por razón de un pacto entre reyes y que de forma pacífica tomó carta de naturaleza hasta las Cortes de Cádiz para quedar aniquilado casi al mismo tiempo que se daban vivas a las cadenas. Estos derechos actualizados fueron de alguna forma repuestos en 1852, al alimón con los puertos francos, para al fin, con la nueva democracia ser preteridos como eje principal de acción política en la nueva coyuntura constitucional. Añade el autor que obviamente ha sido menor el impulso reivindicador que el impulso desvalijador.

En tiempos actuales cuando los catalanes vuelven abrir el portafolio de su historia por el lado incorrecto, y menos solidario, forzar identidades es un vector nacionalista peyorativo. Pero no lo es si no entramos en el círculo vicioso del nacionalismo sino en el círculo virtuoso de la identidad al reivindicar que somos tan diferentes a los españoles que si esa diferencia se pudiera medir sería del mismo tamaño que nuestra afirmación española.

Podíamos ser una excepción en el mundo si reivindicamos nuestra diferencia o identidad no como algo que separa sino como algo que une.

En definitiva, no nos hacen diferentes solo el clima y la distancia, menos la geología como afirma la Ley de 1972, sino que nos diferencia nuestra alma canaria que no se expresa en distinto idioma sino en una diferente forma de hablar.

Creo que un canario siente canarias como su patria chica: mi patria, decía Borges, es un latido de guitarra, una promesa en oscuros ojos de niño, la oración evidente del sauzal en los atardeceres.

En momentos convulsos Indalecio Prieto afinó los sentimientos que anidan en el hombre por ley natural cuando busca y rebusca en su identidad: familia, pueblo, patria, raza, humanidad.

En Canarias con este asunto de su identidad ha habido sentimientos y nihilismo. El nihilismo del que nada voy a decir lo acuñó Turgueniev en su libro Padres e Hijos. El nihilismo no es ni pérdida de significados ni de sentimientos. Pero puede destruir pueblos y sociedades. El nihilismo está en el alma rusa y es por eso que para mantener al pueblo ruso unido se hacen precisos ejércitos sin fin como el de los zares o el ejército rojo. En una sociedad nihilista, la sociedad se mantiene unida por coerción o por un orden moral muy concreto. En Canarias la cohesión nos la ha dado nuestra ensoñación, nuestra alma canaria.

Es vieja la frase de que la república no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres. En la historia política española a falta de cambio o transformación o falta de evolución la estructura social reduce la dinámica política a una estructura rígida de papeles a jugar por los distintos actores o sectores sociales repitiéndose antiguas ecuaciones de fuerza y situaciones previas. Ensoñación e inmovilismo.

El hombre es distinto al animal por la razón de que dispone. Confinado en el presente se vuelve hacia el pasado y sueña con el futuro. De ahí sus prudencias, cuidados y aprensiones. Alfredo y Normando, que saben que estamos confinados en el presente, nos han dado argumentos para volvernos hacia el pasado y soñar un futuro. Un futuro que no es que nos haga felices pero que nos ha de ha- cer hombres. Un futuro que ahora otros no lo escriban por nosotros.

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