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EL ANÁLISIS

El Museo Canario y los mapas del tesoro

Ayer viernes El Museo Canario fue invitado a participar en una interesantísima jornada bibliotecaria que, con el título Compartiendo Experiencias, organiza cada año la Biblioteca Universitaria de Las Palmas de Gran Canaria. En la edición de este año, la biblioteca académica pidió a los participantes que rescataran algunas de esas "colecciones escondidas" que tienen todos los centros documentales, unas colecciones que, aunque pasan generalmente desapercibidas para los ciudadanos de a pie (y a veces incluso para los investigadores), tienen un valor informativo extraordinario, y por eso sus responsables tenemos la doble obligación de conservarlas y de darlas a conocer.

Suelo decir que el Centro de Documentación de El Museo Canario es como la isla de Norman, en el Caribe británico, porque uno tiene la sensación de que, a poco que se ponga a escarbar, puede encontrarse con auténticos tesoros enterrados, aunque en nuestro caso contengan doblones generalmente de papel. Algunos de nuestros fondos menos conocidos son enormemente valiosos, y en ellos podemos encontrar joyas como procesos inquisitoriales contra hechiceros, manuscritos de Viera y Clavijo, inéditos de Galdós, libros raros o únicos, periódicos bicentenarios, partituras y grabaciones de antiguos músicos isleños... Cofres, en definitiva, que están a la espera de que algún cazador de tesoros los saque a la luz.

Un caso curioso es la colección de cartografía. Sabemos, por las novelas de aventuras, que para encontrar un tesoro hace falta un mapa, pero en nuestro caso los mapas son el tesoro. Un tesoro que comenzó a reunirse casi en el mismo momento en que se creó el museo, porque cuando los fundadores aportaron sus primeras colecciones de documentos también incluyeron los primeros ejemplares de mapas y planos. Algunos ejemplos extraordinarios podrían ser el Almanaque esférico canariense que se recibió en mayo de 1891 como legado testamentario de su autor, Vicente Bautista López; o los mapas diseñados por Marcial Velázquez Curbelo que pertenecieron a Agustín Millares Torres. A partir de ahí, El Museo Canario siempre se preocupó por reunir una colección de cartografía especializada en el ámbito canario y atlántico, un fondo que no merece la desdicha de pasar desapercibido.

Los mapas más antiguos de la colección datan del siglo XVI, cuando comenzaron a extenderse por Europa los establecimientos editores de cartografía impresa. La mayoría de estos primeros mapas son diseños historiográficos basados en la Geografía de Ptolomeo, por entonces muy valorada, pero más tarde cartógrafos como Ortelius y Mercator convirtieron la edición de cartografía en un negocio mucho más amplio. La extensión permanente del mundo conocido propició el interés por los mapas no sólo entre navegantes y aventureros, sino también entre los comerciantes y entre las clases aristocráticas, por lo que en los mapas conservados en El Museo Canario se puede observar cómo los progresos de la cartografía se presentan con un cuidadísimo diseño estético. Los mapas de este tiempo, por tanto, eran a la vez herramientas útiles y objetos suntuarios.

Son varios cientos los ejemplares de mapas de los siglos XVII y XVIII que conserva El Museo, generalmente editados en los Países Bajos y, los más tardíos, en Francia, Alemania, Italia, Inglaterra o incluso España. En ellos se puede apreciar cómo los instrumentos de precisión fueron facilitando el trazado de mapas cada vez más exactos, sobre todo a partir del famoso mapa de Canarias de Jean Charles de Borda de 1776, considerado por algunos el primer mapa moderno hecho con criterios científicos. A partir de ahí, la cartografía descriptiva, los mapas especializados, y sobre todo las cartas náuticas, protagonizan el grueso de la colección durante todo el siglo XIX y buena parte del XX. Este último siglo vio cómo ingresaban además los mapas militares, tan ricos en datos orográficos y toponímicos, y las ediciones destinadas al turismo.

Nuestro centro ha ido reuniendo esta extraordinaria colección a lo largo de 138 años, de forma que en la actualidad, con cerca de 1.500 mapas de los que dos terceras partes se refieren a nuestras islas, puede presumir de albergar una de las mejores cartotecas del Archipiélago. El origen de los ejemplares es muy variado, pues en ocasiones son los propios autores los que donan sus creaciones (como fue el caso de Manuel Pérez y Rodríguez, director de la Escuela Normal de Las Palmas, que fue donando sus Mapas hechos especialmente para las escuelas en la década de 1890); en ocasiones algunos coleccionistas entregan los ejemplares que poseen (como Domingo de Quintana, que donó en enero de 1920 un atlas y varias cartas marinas, o la familia Siemens, que entregó hace poco tiempo un grabado de Sebastian Munster de 1552); y en ocasiones es el propio museo el que compra estos documentos a libreros y anticuarios (como los que compró a la casa neoyorquina de William Salloch en 1960 o los que llegaron de Pampiere Wereld, de Ámsterdam, en 1968).

Pero un conjunto de mapas no es un archivo cartográfico. Para que la colección de El Museo Canario merezca tal nombre ha sido necesario todo un proceso de catalogación para el que se ha llevado a cabo, en infinidad de casos, un arduo trabajo de identificación. El resultado de esta labor se plasma actualmente en una base de datos normalizada según las reglas internacionales establecidas para este tipo de materiales, un instrumento que remite, además, a las correspondientes copias digitales en alta resolución que se vienen haciendo de manera sistemática. Al mismo tiempo, los documentos originales van siendo instalados en carpetas y fundas individuales, confeccionadas a medida con materiales neutros para garantizar su conservación. Con todo ello (los mapas, sus copias digitales y sus instrumentos de descripción), la colección de El Museo Canario se ha convertido por fin en un archivo cartográfico. Trabajamos ahora en el próximo paso, el de la difusión, porque en el patrimonio documental no deberían existir colecciones escondidas.

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