Estos días pasados, vísperas de San Valentín, escuché diferentes versiones acerca de lo que era el amor; que si es aquello que surge tras el enamoramiento (un estado al que la neurociencia otorga sólo seis meses de vida) y que solo puede consolidarse si se es neurológicamente compatible, que si el amor es cuando te das cuenta de que tu pareja no cambiará nunca y por fin la aceptas tal y como es, que si es una especie de nirvana en vida, según los más románticos o flipaos.

En fin, somos como niños alrededor de una hoguera contándonos historias de miedo para poder asir una realidad misteriosa e intangible y tratamos de responder sin éxito a las preguntas filosóficas clásicas; ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy? Y cada cual debe contarse la historia que mejor le vaya, incluso si es necesario tramarla a su medida.

La historia que me he inventado y creído entraría dentro del realismo mágico, porque la vida me parece mágica en sí misma, pero parte del "sólo sé que no sé nada" platónico y el "conócete a ti mismo" socrático, y a partir de ahí, desde la humildad que te otorga la aceptación de la propia ignorancia, trato de disfrutar del día a día. Creo que el amor es como un colibrí que se escapa si tratas de encerrarlo.

Como la felicidad, como la libertad, se nos escapan cuando tratamos de definirlas. El amor no debería ser sólo sacrificio aunque a veces uno tenga que sacrificarse porque la vida lo exige, o porque uno tenga una deuda kármica y quiera martirizarse más de la cuenta. El amor no debería ser apariencia, aunque guste lucirse. Tampoco debería ser un vestido de novia en forma de tarta nupcial de merengue. El amor no puede suponer perder la libertad puesto que cuanto más libre, más feliz es uno, y el amor hidratado de ambas cosas, libertad y felicidad se sostiene más en el tiempo. El amor tampoco es una fusión de identidades y de bienes al más puro estilo empresarial; si las identidades y las cuentas no están claras, llegará un momento en que la presa se desborde sin remedio. El amor no es darlo todo y quedarse vacío; siempre deberíamos quedarnos con algo para nosotros, tanto en pareja como con los hijos, porque no nos engañemos, vacíos no nos quiere nadie. Ni tampoco es un papel firmado de por vida; de hecho, ¿cuántas veces ese papelito no ha hecho más que complicarlo todo? A veces intoxica de tal forma que uno termina deseando romperlo en mil pedazos. No vale cualquier cosa; debe cultivarse con dedicación, belleza, armonía, y sentido del humor, y aún así también puede ser que se nos escape de las manos. El amor no es un buffet libre abierto 24 horas donde saciar tu apetito sexual, aunque uno de vez en cuando pueda vivir una noche de pasión y despertarse con esa maravillosa sensación de haber salido de la lavadora. Como decía, no es un lugar donde se acepte cualquier cosa, y sin embargo es el lugar donde uno querría quedarse, el lugar en el que uno se siente más pleno, el lugar en el que uno querría morir.

John Lennon y Yoko Ono decían que el amor era relajación, relajación con el otro, pero lo cierto es que hasta la pareja más famosa de los setenta necesitó separarse durante dieciocho meses en 1973. Yoko se quedó en Nueva York y John vivió una historia de amor junto a May Pang, su asistente personal. Tal vez si uno se relaja demasiado, el amor también se escape, y se vaya a un lugar donde lo cuiden mejor.

Dicen que en el amor descubrimos quiénes queremos ser, y en la guerra descubrimos quiénes somos en realidad. Entonces, tal vez haya que pasar por la guerra para poder amar en profundidad.