Si alguien tenía alguna duda sobre el fin de la carrera política de José Manuel Soria está semana las ha despejado todas. Probablemente el electorado sea capaz de tolerar la evasión fiscal pero en ningún caso aguanta es que un dirigente político no se pague sus vacaciones y disfrute de hoteles de lujo por la jeta. No, eso no se lo perdona un español a nadie. Defrauda lo que te dé la gana, pero págate el mojito, cabrón, podría ser un lema nacional. Soria no ha conseguido demostrar con pruebas solventes que no se valió de una posición de privilegio para disfrutar de un gratis total individualizado, tal y como denunciaron algunos periodistas, y su demanda le ha salido por la culata. Esta sentencia, y las que vendrán, explican si duda su dimisión como ministro y como presidente del PP de Canarias: fehaciente o intuitivamente Soria sabía que le esperaba arder hasta las cenizas. Esbozar una psicopatología del político José Manuel Soria apenas interesa. La obsesión por tallar escalofriantes relatos personales y personalistas para explicar comportamientos deshonestos no conduce a ninguna parte. Más provechoso, quizás, sería localizar los incentivos que ha tenido en el sistema político canario (y español) un sujeto indiscutiblemente inteligente y dotado de una sólida formación como Soria para empedrar su trayectoria política de autoritarismo avasallante, cinismo brutal y mentiras cotidianas. No fueron subproductos de su labor política, sino los instrumentos con los que se abrió paso para escalar posiciones frente a sus votantes y en las entrañas mismas del PP. Soria no ha sido una circunstancia. Dirigió el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, presidió el Cabildo Insular, asumió la Vicepresidencia y la Consejería de Economía y Hacienda, se encaramó a un potente ministerio económico y lideró principescamente a los conservadores isleños. Si se observa desapasionadamente, en ninguna de esas responsabilidades dejó un legado visualizable, constatable, indiscutible. Todos los cargos eran peldaños para seguir subiendo por escalera del poder. Y si sigues subiendo mientras mientes, repartes canonjías y patadas, estrechas relaciones empresariales y dedicas todas tus fuerzas para seguir subiendo, ¿por qué cambiar de actitud? No existen costos sino, bien al contrario, beneficios, porque el origen esta en los incentivos: falta de controles internos, transparencia insuficiente, gestión de un proceso de toma de posesiones en las que el dirigente político puede sustituir criterios técnicos por criterios personales embadurnados de ideología o dirigidos a la satisfacción de intereses particulares, partidos que, como el PP, carecen de democracia interna y en los que el máximo líder es incuestionable. Mientras todos estos incentivos no sean corregidos y, si es posible, anulados, solo es cuestión de tiempo que aparezca otro Soria. Que descubramos que la corrupción no es extirpable si no se produce una reforma de las administraciones públicas, y se transforman los procedimientos administrativos, y se combate la insuficiencia en las políticas de fiscalización y transparencia, y empieza a difundirse en colegios y universidades una cultura democrática, con derechos y deberes, con estímulo al espíritu crítico y pedagogía de participación en los asuntos públicos.