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AULA SIN MUROS

Políticos a examen de cordura

Un grupo de especialistas formado por psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales de los Estados Unidos ha dictaminado, en un informe, que el electo presidente Donald Trump representa un peligro para la nación y el mundo debido a que padece un estado suficientemente grave de inestabilidad emocional. Se trataría de una de las muchas manifestaciones de descontento que colectivos, asociaciones y representaciones de todo tipo vienen haciendo públicas desde que juró el cargo el presidente del flequillo azafranado, si no fuera porque abre un debate presente en diversos foros sobre la idoneidad de ciertos políticos a ejercer el cargo en cualquiera de sus niveles de representación y responsabilidad de la cosa pública. Aducen los que dudan sobre el estado psíquico y personalidad de los políticos en ejercicio que se tenga el mismo trato, para acceder al cargo, que el que se exige a los que portan armas, pilotan un avión de pasajeros o, sin ir más lejos, a todos y todas los que obtienen el permiso de conducir. Todavía más, preguntan por qué se somete a diversas pruebas psicológicas a aspirantes a ocupar puestos en cuerpos de seguridad pública, privada o a altos ejecutivos y cargos intermedios en grandes empresas y no a políticos a los que se les encomienda la dirección de cientos o miles de empleados y la gestión de un presupuesto que, en ambos casos, significa administrar asuntos de la cosa pública que es de todos.

En el caso de Donald Trump, ejemplo de otros mandatarios, se puede argumentar que se trata de poner en duda la capacidad, no de una persona, sino del personaje público que toma decisiones diarias cuestionadas por los propios tribunales de Justicia a los que él, de momento, no puede doblegar a su antojo. En lo que se refiere a exámenes psicológicos y psiquiátricos de personas que aspiraran a puestos de trabajo de riesgo en instituciones públicas o empresas privadas puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que solo en ciertos puestos de alta responsabilidad, y solo por exigencias del presidente o consejos de administración de las mismas, se procede con el máximo rigor científico a la hora de elegir a los más cualificados que, además, lleva parejo controles periódicos para evitar disfunciones del puesto que puedan acarrear males mayores. Al respecto no hay más que acordarse de la catástrofe área de los Alpes donde fallaron los controles médicos y psicológicos del piloto suicida. Hay constancia probada a través de la Ciencia política y la Psicología social de que los políticos de corte conservador tienden a entronizar valores como la patria y la familia, los liberales son más acomodaticios, pragmáticos y ponen el acento en lo económico más que en lo social. Ambos son más intransigentes y tienden a elegir a los mejores a costa de marginar a los iguales y son partidarios una visión vertical de las relaciones de mando.

En el polo opuesto están los que la tradición política sitúan en la izquierda que hoy nadan en lo que el recién fallecido filósofo y sociólogo Bauman llama pensamiento líquido, digamos que transversal, incluso oportunista. Estos llamados progresistas, socialdemócratas o socialistas, enfatizan la asistencia social, la tolerancia con otros credos y nacionalidades y muchos se definen a sí mismos como pacifistas, ecologistas y a la hora de elegir a sus cuadros, preconizan relaciones horizontales (las llamadas primarias para elegir líderes) que les hacen no olvidar, del todo, sus tiempos de asambleas universitarias. Los políticos, en cualquiera de sus niveles y con las deficiencias de los sistemas electorales impuestos por los propios partidos, son elegidos por los votantes o el pueblo que, en los tiempos que corren, cada vez, no en todas partes, centran su atención en lo que es el perfil ético de sus representantes. Esto es: que todo gobernante, independiente del sello partidista que le identifica, debe ser alguien capacitado para tomar decisiones, hacer que se cumpla la ley (caiga quien caiga) sin trabas ni subterfugios, intransigente a toda corrupción. "El deseo de la estima de los demás es una auténtica necesidad de la naturaleza, como el hambre. La principal finalidad del gobierno es regular esta pasión". No lo dijo un trotskista, rojo o radical de izquierdas. Lo dijo uno de los fundadores, presidente que fue, de los Estados Unidos, reconocido liberal acérrimo partidario de la economía libre de mercado. Lo que hace que, hoy más que nunca, se ponga el acento más en la capacidad de discernir de los que pueden elegir que en los elegidos.

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