La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

Falsas informaciones

Hay quien considera que uno de los problemas más graves que encaran las sociedades modernas es la difusión masiva de falsas informaciones (Fake News, en expresión de moda). La capacidad de propagación en el ciberespacio de falsas noticias adquiere dinámicas virales por mor de los medios sociales de comunicación o, más escuetamente, medios sociales. Plataformas de comunicación online cuyo contenido se deja a voluntad de los usuarios, casi sin control ni censura de ningún tipo y aún menos exigencias de veracidad en la publicación, edición e intercambio de información.

Según datos del informe Digital, Social & Mobile 2016 de la agencia internacional We Are Social, el número de utilizadores activos de Internet ronda el 50% de la población mundial. En los medios sociales, 2,5 miles de millones de personas (32% de la población mundial) creciendo al 10% anual. Sin embargo, dudo que la onda expansiva de las falsas noticias pueda decisivamente influir en la toma de decisiones individuales. Solo se convence, más, a convencidos y, menos, a indecisos.

La elección de Trump

En relación con la elección de Donald Trump, comentaristas y adversarios varios han insistido en que las fake news jugaron un papel importante (también hubo fake news a favor de Clinton) Por ejemplo, la difusión en las redes de una información falsa, entre otras: el Papa, habría apoyado a Trump. Pero en opinión de dos investigadores estadounidenses, reputados por sus conocimientos de medios sociales, el impacto de falsas noticas en la elección fue muy marginal, prácticamente nulo (Hunt Alcott y Matthew Gentzkow, Social Media and Fake News in the 2016 Election).

Alcott y Gentzkow, a partir de una muestra de 1.800 norteamericanos de más de 18 años, encontraron que el 15% de sondeados reconocían haber leído en la red esas falsas noticias; el 8% las habrían creído. Habida cuenta que este tipo de encuestas están afectadas de insinceridad o falsos recuerdos, los investigadores presentaron asimismo varios artículos ficticios, jamás publicados ni divulgados, conteniendo falsedades parecidas a las auténticas fake news, valga el oxímoron. Alcott y Gentzkow obtuvieron la misma proporción de personas interrogadas que recordaban haber leído los artículos nunca divulgados (evidentemente, no pudieron haberlos leído). Es decir, los encuestados mienten o abundan los recuerdos erróneos para confortar la propia opinión. Si alguien cree que Trump ganó gracias a fake news recordará haberlas leído, aunque no sea cierto. A partir de esta y otras consideraciones más técnicas los investigadores concluyeron que para que las falsas informaciones hubiesen tenido algún impacto en el voto en Michigan, Pensilvania y Wisconsin (circunscripciones decisivas) deberían haber sido tan influyentes como 36 publicaciones electorales en la televisión. Sucede que las falsas informaciones son una gota de agua en la cascada de propaganda que les cae encima a los estadounidenses en periodo electoral: el efecto es mínimo.

Sociología computacional

Más importante que el efecto de falsas noticias en la manipulación global de la opinión pública me parece el cauce que prestan los medios sociales al mantenimiento de guetos sicológicos en los que se encierran sectas, grupúsculos y adherentes a teorías complotistas propensos a la conspiranoia. En este sentido, sí es grave la desinformación.

Igual que grupúsculos políticos y sectas en la época pre-Internet, los internautas tienden a formar en las redes sociales comunidades nutridas endógenamente por sus propios chismorreos, engaños y patrañas reconfortantes en cuanto a los prejuicios compartidos. Las facilidades que ofrece Internet, junto con nuestros sesgos cognitivos irracionales, han creado un marco mediático proclive a la desinformación que se cierne sobre la población más desprotegida intelectualmente y más fácilmente manipulable.

En estas circunstancias, no sorprende que la difusión masiva en Internet de informaciones falsas en general, y teorías conspiranoicas en particular, hayan llamado la atención de equipos constituidos por sociólogos, informáticos, físicos, estadísticos y matemáticos para analizar la desinformación en línea. Walter Quattrociocchi -en colaboración con M. Del Vicario, D. Mocanu, A. Bessi y diversos coautores han analizado con sus programas/algoritmos numerosísimos datos provenientes de Facebook gracias a lo cual ha podido obtener enseñanzas inéditas respecto a la propagación de teorías del complot. Los autores se centraron fundamentalmente en los medios sociales italianos. No obstante, en aras de verificar que las conclusiones no se viesen sesgadas por particularidades propias a Italia, analizaron el Facebook estadounidense y encontraron esencialmente las mismas tendencias.

Estos trabajos se inscriben en las modernas "ciencias sociales computacionales" y analizan con detalle la propagación vírica -esto es, rápida y masivamente- de informaciones infundadas o falsas. Gracias a técnicas de análisis adaptadas al objeto de estudio se analizan las numerosísimas trazas digitales dejadas por los internautas en los medios sociales (Facebook, Twitter, YouTube, etc.) cuando seleccionan, comentan o comparten informaciones en el ciberespacio.

En este contexto, dos factores (de los que ya hablé en anteriores columnas) contribuyen a la desinformación. Uno es el analfabetismo funcional o incapacidad para analizar lógicamente lo que se lee o incluso, y peor, la incapacidad para entender lo que se lee. El problema concierne a la mitad de la población entre 16 y 65 años de países reputados cultos (España, Francia, Italia, etc.) Otro, el sesgo de confirmación o preferencia por las informaciones que robustecen las propias opiniones y personal visión del mundo al tiempo que se subestiman datos e informaciones que las contradicen.

¿Racionalidad?

Por hipótesis el ser humano (Homo sapiens) es racional. Sin embargo, el estudio cuantitativo de los fenómenos virales en Internet prueba más bien lo contrario. En un entorno en que las informaciones no sufren ningún filtro, cada persona agarra lo que más le interesa en consonancia con su visión del mundo. Ello facilita el desarrollo de tesis estrafalarias, apoyadas en argumentos sin fundamento que recurren a las asociaciones de ideas y jamás a razonamientos propios de la metodología científica.

En 2015, en EE UU, unas rutinarias maniobras militares se convirtieron en Internet en la prueba de un golpe militar dirigido por la administración Obama. El gobernador de Texas, en previsión de que la información fuera cierta, movilizó la Guardia nacional.

Otra fake news desternillante concierne a las chemtrails -contracción de chemical y trails- en referencia a las estelas de aviones (estelas de condensación) que según los conspiranoicos no son condensaciones de vapor de agua en el cielo sino la traza de productos químicos fumigados: drogas para manipular a la gente.

En España, el ciberespacio frecuentado por simpatizantes de Podemos se incendió pidiendo la cabeza de Rajoy por una ley que prohibía amamantar en la vía pública. La ley era una fake news argentina.

Trolls

Quattrociocchi y coautores analizaron informaciones cualitativamente diferentes, en cuanto a su origen, provenientes de 50 páginas públicas de Facebook. Fuentes clásicas (8 diarios y agencias); alternativas (26 páginas que promocionan lo que las fuentes clásicas desechan por completamente inverosímil y tendencioso); 16 páginas especializadas en el activismo político de partidos, movimientos y grupúsculos que utilizan Internet en tanto vector de movilización.

Un aspecto de la investigación que me parece interesantísimo es la reacción de los internautas frente a los trolls en Facebook. El término troll designaba en su origen al emisario de un mensaje o elemento de discusión en Internet cuyo objetivo era perturbarla alimentando la polémica. Estimulada por la heterogeneidad de grupos e intereses que han invadido Facebook, la figura del troll ha evolucionado hacia una forma más estructurada, a veces genial en su ironía desestabilizadora. Allí donde una dinámica social se alza por adhesión multitudinaria seguro que en contrapartida aparece la parodia del troll. Los trolls son especialmente brillantes en el sutil desenfado e ironía para burlarse de los adeptos de la teoría del complot y grupúsculos políticos. Algunos exponen muy seriamente sesudos estudios, inventados por ellos, en los que prueban que la composición química de los chemtrails es Viagra.

Los contenidos caricaturescos y paródicos que proponen los trolls han sido fundamentales en los estudios de Quattrociocchi y coautores ya que han permitido medir la capacidad crítica y de verificación de la información de los internautas. Al ser concebidos con finalidad paródica, los mensajes de trolls son voluntariamente falsos. Analizados con discernimiento permiten constatar hasta qué punto los sesgos de confirmación son determinantes en la elección de contenidos. Sin sorpresa, del estudio se desprende que los seguidores de fuentes de información alternativas son los más inclinados (el 53%) a poner "me gusta" en Facebook a las intervenciones de trolls. Ni se han enterado de lo que leen.

La conclusión que se extrae de lo anterior es demoledora. Quienes se jactan de escapar de la información que transmiten las fuentes clásicas, para evitar la desinformación, son los más ingenuos frente a las informaciones falsas de los trolls. Ironías de la vida, quienes más desconfían de la manipulación que ejercen los medios de información clásicos son más propensos a ser manipulados.

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