El pesar por Lothar es inmenso, inabarcable. Demasiado duro para evocar su vida y personalidad en condiciones mínimas de sosiego; y demasiado trascendente para contener el flujo emocional, el sentimiento de pérdida y el tropel de recuerdos que se superponen en desorden, pugnando la incredulidad con la evidencia. Fue uno de mis mejores amigos, que es como decir hermanos. Tuve noticia de su existencia en 1967, cuando aún estudiaba él en Hamburgo y doña Lola de la Torre me mostraba los trabajos de investigación que ambos realizaron en el archivo musical de la catedral de Santa Ana. Aquel mismo año le encargó la Deutsche Grammophon la preparación científica de las partituras que serían grabadas con su asesoramiento, bajo el genérico Hispaniae Musica, en el monasterio de Montserrat y varios espacios de Zaragoza, Madrid y Toledo. Era la primera presencia de la música española en la mundialmente prestigiosa Archiv Produktion, sello musicológico de la gran discográfica. Aquel encargo a un joven investigador de 26 años despertó mi afán de conocerle y entrar de su mano en el tesoro patrimonial de los archivos eclesiásticos y civiles.

El primer encuentro no fue posible hasta 1972, y desde entonces crecieron imparablemente el trato familiar y las afinidades culturales.

Recibí de Lothar, hasta ayer mismo, la enseñanza de un sabio envuelta en la cordialidad y la llaneza de un amigo. Sus incursiones en el legado de las capillas históricas y las impecables transcripciones que salian de su trabajo entusiástico salvaron del olvido el magisterio de los creadores españoles del Renacimiento y el Barroco, erigiéndole en autoridad imprescindible dentro del marco europeo. Instituciones de otras provincias le encargaron ediciones, monumentales algunas, de sus glorias redescubiertas. Todo aquello era para mi deslumbrante en un amigo coetáneo, que lo era también en la relación familiar y en muchas de las aventuras culturales que nacían en su imaginación y crecían con el rigor del trabajo.

Su compromiso con Canarias y lo canario fue siempre radical, moviéndole a repartir su tiempo entre las atenciones empresariales y la disponibilidad de apoyo y proyección para todos los protagonistas de la cultura. Investigadores, escritores, artistas plásticos, coreógrafos y compositores o intérpretes buscaban sus criterios y apreciaban el acogedor interés con que respondía a todos los requerimientos. La sinceridad, la llaneza de su trato y, sobre todo, una generosidad sin límites, le hicieron referencia fundamental en la vida y el desarrollo intelectual y artístico de muchos isleños. Su adiós provoca un estado de desolación y orfandad que será imposible superar.

Lothar Siemens fue durante dieciséis años primero director y después presidente del Museo Canario, institución que amaba y en la que creía profundamente como núcleo dinamizadora de la vida cultural. Presidió durante ocho años la Sociedad Española de Musicología, con sede en Madrid, después de dirigir otros tantos su revista científica. Presidió la Fundación Universitaria de Las Palmas y después el Consejo Social de la Universidad. También fue titular del Círculo de Empresarios. Fundó con un grupo de compositores, interpretes, criticos y pedagogos la Asociación para la Promoción de la Música en Canarias (Promuscan) cuya labor ha ido creciendo hasta la realidad que hoy es como impulsora del talento creativo de compositodes de todas las edades.

Ganó las distinciones más prestigiosas del Cabildo de su isla natal y del Ayuntamiento de Las Palmas, en una de cuyas calles (Arena) naciera. Y le fue otorgado el premio Canarias de Patrimonio en justa recompensa por sus muchas iniciativas de recuperación, así como la Medalla de Oro de la Universidad de Las Palmas.

Esta cadena de responsabilidades colectivas, que siempre brillaron bajo su rectoría, coexistió en todo momento con los trabajos de investigación y/o creación personales, así como con los placeres artísticos. Es autor de la formidable biblioteca de Carlos Patiño (1600-1675) que le fue encargada por la diputación de Cuenca. Suyas son las transcripciones organísticas de la Seo de Zaragoza, las de Andrés de Sola, Aguilera de Heredia, como también las instrumentales de Sebastián Durón, Brocarte, Ledesma, Herrando, Rexach, Oliver, su antepasado Millares Torres y muchos otros. Entre sus grandes libros de investigación destacan la Historia de la Sociedad Filármónica de Las Paslmas y de su Orquesta y sus Maestros; Las canciones de trabajo en Gran Canaria, que contiene su tesis doctoral; y el primer tomo de La Música en la sociedad canaria, ambiciosa historia social que escribió al alimón con la musicóloga Rosario Alvarez Martínez, cogestora del Proyecto RALS, que ya suma casi 60 compactos con obras de los composiores isleños del presente y el pasado. Con el profesor Maximiano Trapero han sido básicas las notaciones musicales que aparecen en sus magistrales Romanceros de las siete islas, y, también, la colección San Borondón para bibliófilos, editada por El Museo Canario con poemarios de autores vivos.

Puntal de la Real Academia Canaria de Bellas Artes, hasta ahora presidida por Rosario Alvarez, a él debemos la ejempar y documentadisima pagina web y la dirección editorial de los Anales que contienen la actividad académica de cada año.

Este corpus de obra, colosal, no invadió el tiempo dedicado a la composición musical, un catálogo con magníficas piezas vocales e istrumentales, dos ballets y cuatro óperas estrenadas, una de ellas en la Universidad Autónoma de Madrid y más tarde en el Auditorio Nacional. Fue precisamente la composición el centro de su actividad en los últimos años, estimulada, a la vez que estimulante por y para los miembros activos de Promuscan, con quienes formó una comunidad de ideales y a cuya música dedicó incansables esfuerzos de promoción. Como intérprete de flauta dulce fue igualmente movilizador. Conmigo a la espineta, hicimos los sábados de unos cuantos años, en su casa o en la mía, mucha música barroca en unión de un oboista y un fagotista ingleses de la Orquesta Filarmónica. El cuarteto llegó a producirse una vez en público, con considerable descarga de adrenalina por nuestra parte y una acogida afectuosa. Aquellos tríos y sonatas de Buxtehude, Bach, Telemann y Vivaldi me resuenan ahora muy adentro, con la melancolía de lo irrecuperable.

Lothar Siemens Hernández, en fin, un gigante de la contemporaneidad cultural canaria, nunca se dio importancia ni negó a nadie su afabilidad. El ingenio, el sentido del humor, la bonhomía y, hay que repetirlo incansablemete, la generosidad, presidieron todos sus actos familiares e intimos, externos y sociales. Era profundo y vitalista, sabio y divertido. Ejemplar con los suyos, hijo excepcional, esposo entregado, padre entrañable, abuelo ejerciente... y amigo perfecto. Compartímos escapadas a la Madeira, tierra de Liliana, su amadísima esposa, fallecida hace menos de tres años, a los festivales de Berlín y de Alicante, a Madrid y otros destinos lúdicos. En el Festival de Música Contemporánea de Alicante alternamos a veces con Rafael Nebot, otro amigo inolvidable, en la crítica periodística de las tres funciones diarias, atestando las páginas del diario Información con nuestras disquisiciones sobre las vangardias.

Imposible depurar este alud de recuerdos, confundidos y mezclados con la pena profunda y la rabiosa rebeldía contra una ausencia sin remedio. Hasta hace una semana, era Lothar el amigo lleno de vida, abierto a todo lo que poblaba su riquísimo universo intelectual. Era presencia inseparable de casi cuarenta y cinco años. Y era el hombre bueno, culto y creativo que iluminaba el entorno con la alegría, el optimismo y la positividad de los elegidos. A sus hijas Sonia, Susana y Sofía, sus tres nietos, Fredes y cuantos compartieron su intimidad, dirigimos la solidaria certeza de que el gran hombre, el gran ciudadano y el gran artista que nos ha dejado vivirá por siempre en la memoria y la gratitud, con el ejemplo inspirador de toda su existencia