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ZIGURAT

Empezar por los campos de concentración

Hay una imagen que recuerdo nítidamente: el presidente de EE UU George Bush hijo con los pies sobre la mesa en las islas Azores, intentando convencer a los otros presidentes que allí se dieron cita para comprometerlos en una guerra que todavía no ha acabado y cuyas consecuencias son aún hipótesis de trabajo político. Esa imagen es la de un ser poderoso, no que se cree fuerte, sino que sabe que lo es; que lo ampara el mejor ejército del mundo y los servicios de espionaje más eficaces, junto al Mossad, claro.

¿Por qué me viene esto a mientes ahora?, pues porque he leído que el nuevo presidente quiere construir campos de refugiados en el exterior para que los desplazados, los desheredados, para que los que huyen de la guerra o de la venganza estén seguros, pero lejos de toda civilización, occidental por supuesto. Las fronteras del imperio, de todos los imperios, no están precisamente en su suelo patrio, están en los confines de su dominio, allá donde se sienta amenazado. Las fronteras que se trazan a conveniencia se suprimen de igual forma.

Como los estrategas militares dicen que en tiempo de guerra -no solo EE UU, Francia dice que también está en guerra- los límites geográficos de los países no existen, van a crear campos de concentración para defenderse de los refugiados. El asunto es de una magnitud enorme y ha provocado y provoca conflictos diplomáticos serios, que luego intentan apagar con notas de prensa o comparencias de sus asesores que no tienen ni idea de por dónde va a salir su presidente. Y nunca antes, el poder de la prensa -el de informar y cuestionar- ha sido tan vapuleado como en estos días tratándolos de mentirosos y de faltar a la realidad, y de no comunicar atentados terroristas en Europa como el que se inventó en Suecia. Suma y sigue, con el último roce con el gobierno sueco, son demasiadas payasadas que quieren hacer pasar como política, para un solo mes de presidencia.

Trump sigue con su política de inmigración y segregación de familias enteras; los aeropuertos colapsados de seres humanos que no entienden lo que pasa y el pánico que ha corrido como la pólvora para que esos indocumentados corran a esconderse en las alcantarillas del imperio para no ser deportados sin ningún tipo de garantías y contra todo derecho humano. Todo este confuso panorama está dando como resultado la atomización de la política parlamentaria del congreso y senado y los desencuentros con los servicios secretos de su propio país, que le afean la conducta. ¿Está este señor descendiente de inmigrantes capacitado para gobernar el mundo, que es lo que pretende? Pues parece que no, que una persona de estas características que se mira demasiado en el espejo, no puede tener acceso a los disparadores de misiles o a comandar un ejército, las legiones que se desplazan a placer allá donde se requiera sangrar la tierra.

En los primeros años de la Segunda Guerra mundial -1942- Roosevelt, que ejerció durante toda ese periodo y que fue reelegido en cuatro ocasiones hasta su muerte, momento en el que presidía los EE UU, firmó una orden para que todos los japoneses nacionalizados norteamericanos y sus familias fueran internados en campos de concentración y obligados a jurar bandera y por lo tanto lealtad a EE UU. El demócrata Roosevelt desoía lo que su secretario de defensa formulaba y éste estaba solo para aparecer en la prensa como títere del presidente, pues tenía acaparadas todas las funciones del Estado Mayor de la Armada. Pero para algunos historiadores su legado fue próspero y se le recuerda como uno de los mejores gobernantes de la historia de EE UU. Este espantoso episodio se vuelve a repetir: si no es en casa lo será en la ajena y para ello ya ha dispuesto material bélico, soldados e ingenieros para elegir el lugar más adecuado para que los parias mueran dentro del confinamiento. Y mientras tanto sigue derruyendo el legado moderado de su antecesor y dando mayor importancia a la industria de guerra. De esta manera tiene entre sus socios quizás al mayor proveedor de financiación de grupos extremistas del mundo árabe, que es Arabia Saudí, que últimamente se ha lanzado a gastar miles de millones en armamento porque está implicado en casi todas las guerras y revueltas en el mundo árabe, porque, como Trump, tiene puestos sus ojos sobre Yemen, Siria, Líbano, Irán o Irak. El conflicto más grave al que se enfrenta es su empecinamiento en abolir, arrasar, todo atisbo de dialogo anterior, todo acercamiento de posturas, para que las resoluciones de la ONU se cumplan en toda su extensión, como la creación de dos estados en Palestina. Todo se ha diluido en semanas de pan y circo.

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