En aquellos años de la primera juventud, para aquellos que nunca fuimos jóvenes, éramos aprendices de músicos y compartíamos libros que hablaran sobre el país con la inocente esperanza de ayudar a construirlo, "La Música en Canarias"- aquel librito editado por el Museo Canario en la década de los ochenta del pasado siglo en una serie divulgativa sobre la historia y la sociedad isleñas- era un misal, un plano del tesoro repleto de pistas que nos llevarían hasta el buen salvaje que cantaba desde la ancestralidad.

No sería hasta tiempo después que descifráramos a su autor, al hombre y la verdad que se ocultaban detrás de aquel apellido de origen germánico y a la obra investigativa, ingente y fundamental, que había desarrollado para la cultura de las islas donde nacimos. Lothar Siemens Hernández fue un raro espécimen no solo en la sociedad isleña sino en el contexto de la cultura europea contemporánea, tanto en lo referido a su faceta compositiva como a las que desarrolló como investigador en los campos de la musicología histórica y la etnomusicología.

Sobre estas últimas emprendidurías intelectuales no tendríamos aquí espacio suficiente para detallar las ambiciosas propuestas teóricas y los felices hallazgos científicos que fueron alumbrados por la pluma de Lothar en sus numerosas publicaciones cuando regresa a Canarias desde el Hamburgo de sus ascendientes tras sus estudios en aquella universidad. Siemens fue el único discípulo con pasaporte español de la escuela del padre de la etnomusicología moderna, el alemán Curt Sach. Su irrupción en el mundo musicológico de habla hispana a través de sus primeras publicaciones fue un faro de luz en mitad del mortecino ambiente de postguerra - casi claustral y crecido a la sombra de la Sección Femenina y de los ambientes religiosos- de la ciencia musicológica española.

Esa incitación hacia el rigor científico tomó cuerpo doctrinal en su estancia universitaria, pero venía precedido por experiencias vitales en la ciudad que lo vio nacer-artísticas y conceptuales- muy arraigadas en su personalidad. Nos referimos a tres de ellas en concreto: la primera, más romántica y que él adoraba recordar, fue la que le inculcó su primer profesor de guitarra, Francisco Alcazar, un personaje de la bohemía del Puentepalo al que adoraba.

Una segunda fue inoculada por el violonchelista y director de orquesta Gabriel Rodó, que le incitó al conocimiento exhaustivo de la armonía clásica; y una tercera se produce a través de una mujer extraordinaria, doña Lola de la Torre, con la que "descubre" a los hermanos Durán -Sebastián y Diego-, maestros de capilla del la catedral de Las Palmas a los que dedicará numerosas horas de estudio y de los que publicará extensas traducciones robadas a la antigua nomenclatura musical y a los que reivindicará para la historia de la Música.

El interés del Siemens musicólogo no parará solo en ellos sino en sus discípulos canarios, una semilla que se extiende hasta bien entrado el siglo XIX, cuando la música sale de las capillas y se renueva en los salones burgueses de Vegueta y en el empuje que la burguesía comercial isleña decimonónica propicia con la creación de la Sociedad Filarmónica, la Orquesta Filarmónica creada a la sombra de aquella y la centenaria banda municipal.

Siemens dibuja una cosmovisión del hecho creativo musical de su isla a la que no escapa ninguna partitura, que no esconde a ningún músico, ya sea clásico, zarzuelero, cupletista o tenor. Sigue, en este sentido, la estela de su antecesor materno, el historiador Millares Torres, en el firme convencimiento de que la construcción del imaginario del País canario había que cimentarla en toda esa historia musical que, sin su concurso, hubiese sido una importantísima página perdida de nuestra historia.

Una labor hercúlea de muchos años, en horas robadas a la familia y a su empresa, que no termina en la música escrita. Porque la otra gran hazaña de Lothar Siemens fue el conocimiento que nos aportó a todos los canarios sobre nuestras músicas tradicionales: sobre lo que cantaba el pueblo, sobre cómo lo cantaba y de donde venía. En los años sesenta, siendo aún un joven estudiante, pateó la isla entera detrás de cantos de trabajo, de pregones callejeros, de flautas y pastores y de danzas rituales.

Gran parte de esa labor de rescate se publicó hace unos pocos años, con motivo de su tesis doctoral -ansiada por muchos de los que lo admirábamos-, publicada bajo el título de "Los cantos de trabajo de Gran Canaria". Es un tratado que debería estar en todas las universidades del mundo donde se estudia musicología: por su rigor, por su extraordinaria formulación en el estudio morfológico de esas melodías; por el análisis sobre la cuestión que genera la lectura de sus páginas y los ejemplos musicales que aporta, donde se dibuja un mundo ya fenecido y bien alejado de lo que hoy se vende y, salvo alguna honrosa excepción, se enseña y difunde como música tradicional de Canarias.

Pero sus estudios de camino y vereda no solo concitaban la búsqueda de sinergias con otros cancioneros tradicionales. Lothar aplica sus conocimientos sobre la música antigua europea para conexionar a la tradición del pueblo con la creación en los palacios y cortes. El ejemplo más impactante de ese esfuerzo en establecer vasos comunicantes entre la llamada tradición "culta" y el vulgo lo encontramos en el estudio sobre la folía histórica y la folía popular canaria. Su "matrimonio" intelectual con Maximiano Trapero es crucial en cuanto al conocimiento del mapa del romancero canario en sus comportamientos musicales.

Su labor compositiva, sin embargo y por mucho que sorprenda, fue rabiosamente contemporánea. Siemens era un hombre necesitado de ser "asombrado", sorprendido por una propuesta musical cuando de lo contemporáneo se trataba. Sus óperas de cámara eran un ejercicio estilístico pronunciado en su tiempo, pero también eran una cachetada a la somnolencia y estiramiento de sus coetáneos compositores españoles con respecto al género. De ahí que en sus libretos sus protagonistas fuesen un emigrante árabe de una patera, un guardia civil o un político corrupto. La actualidad, entendía el Maestro, no debería estar reñida con el género si se quería ahuyentar a los tópicos de clase.

Su labor pedagógica y sus acciones de asociacionismo entre los compositores jóvenes fue ejemplar, organizando conciertos de nóveles, buscando fondos para ediciones discográficas históricas sobre olvidados autores isleños, dándolo todo a cambio de nada. Nuestro recuerdo y gratitud es para siempre acordándonos de las horas que pasamos en el Museo Canario,? donde creó un fondo musicológico impagable para disfrute de los canarios. Verlo transcribir con exactitud cronométrica las melodías que le traíamos del campo majorero, en un cancionero que ahora queda?rá?

inco?mpleto si su participación, era una delicia.

Releerlo en las páginas de su obra sobre las folías, que nos regaló en uno de esos domingos caseros en su hogar de Ciudad Jardín es recordar, con el alma encogida por su fallecimiento, aquella dedicatoria escrita en su portada a quien fue su primer amor: "Para Liliana, que vale más que todas las folías del mundo". Te echaremos mucho de menos, Maestro.