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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

En pecado por la drag queen

Mal debe estar la jerarquía de la Iglesia para dedicarse a ver en el siglo XXI la gala drag queen y sacar conclusiones disparatadas sobre la falta de respeto de la creación de la ganadora. A esto hay que llamarlo oportunismo y demagogia, y falta de coraje para estar en los debates en los que hay que estar y que muchos cristianos perdieron de vista: mejor hablar de refugiados, de violencia machista, de pobreza infantil, de desigualdad social, y menos estar vigilantes contra el panteísmo que se contorsiona como una serpiente y al que hay que atribuirle uno de los pecados que están en la caja de bombones. El disgusto de los católicos ultramontanos y retrógrados con Sethla viene a ser un poco como un remedo de los poderes fácticos que tanto les amargaron la vida a los españoles, un querer y no poder: ¿esperan que esta capital del Atlántico sea la misma que abochornó a Galdós por su anticlericalismo y que quiso evitar por todos los medios la inauguración de su Casa-Museo? Para nada, ya no tienen posibilidad alguna ni capacidad orquestal para marrullerías de sotana. Una gala drag queen, con o sin Cristo crucificado, constituye un festín de la sociedad civil autorizado por el poder político, al que, por supuesto, cualquier agraviado puede llevar a los tribunales dolido por cómo se interpretan sus creencias. Seguro que habrá un fiscal bocanegra que se apunta al bombardeo. Hace unos días un informe del think tank europeo Demos se preguntaba por qué no triunfa la ultraderecha en España, y sí en otros países del continente. Destacaba que nos habíamos inoculado con los cuarenta años de dictadura franquista, con ese amancebamiento pertinaz y mortal entre la Iglesia y el fascismo que mató de miedo a varias generaciones. ¿Y aun así, pese a todo, todavía les quedan ganas de condenar a una drag queen? En fin.

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