Para los que la vida no tiene sentido sin libros, lecturas y escrituras, Carlos Barral se inventó el término 'letraheridos'. El sustantivo abarca también a las patologías más severas, a los que se rodean de libros hasta la extenuación de anaqueles, sillas y pasillos, a los que tienen en periodo de lectura al unísono una docena de libros, como pocos, a los que van cargados de libretitas, toman nota de todo, de ocurrencias propias y ajenas, de fragmentos de artículos periodísticos, de frases escuchadas en películas y series de televisión o en sobremesas de comidas de amigos, familiares y profesionales. Los síntomas son largos y sencillos pero muy contundentes por irreversibles, no hay camino de retorno hasta el fin de los días, no se puede dejar la adicción y eso, a veces, pesa un poco. Mas el placer de lo inabarcable, de la imposibilidad de alcanzar algún objetivo en la tarea, compensa con creces los momentos bajos y el decaimiento. De entre todas las obsesiones del letraherido, hay una que muy pocos colman pero que afecta a todos: ordenar la biblioteca, situar en algún sitio los libros desperdigados por la casa en montañitas de distintas alturas. Algún amigo y colega de adicción ha llegado a contratar a un especialista y ni aun así; el último que lo intentó, acabó peleándose con la contratada porque no consiguieron acordar un criterio para la clasificación de los libros. Otro, obsesionado con las visiones cromáticas uniformes, tuvo una fuerte discusión porque el bibliotecario que había contratado le afeaba el criterio de ordenar los libros por editoriales y colecciones: es evidente que a mi amigo no le gusta el arte abstracto salvo el que juega con geometrías, pesos y medidas. Todo esto ha salido de la pluma tan pronto he leído que Trump había decidido aumentar el presupuesto de defensa de los USA en casi un 10%, más de cincuenta mil millones de dólares de nada, y que el presidente vive solo, es adicto a la televisión y no lee libros. En el Quijote, donde está casi todo, el protagonista pronuncia un discurso de las armas y las letras en una venta, cómo no. Le vendría bien a Trump leerlo para que al menos sea consciente del fin de saga que protagoniza, digital y animal -el orden de los factores no altera el producto. Y acabando ya el artículo, observo con ilusión un pequeño hueco para dos libros, en el último nivel de la biblioteca. A casita, ¡qué ilusión!