El día que cambió a Messi y se enfrentaba a su Sporting, Luis Enrique anunció que no renovaría con el Barcelona. No fue tanta la noticia como el momento elegido: nadie esperaba que terminara de deshojar la margarita antes del partido a vida o muerte contra el PSG de la próxima semana. ¿Golpe de efecto? Ya se verá.

En realidad, la renuncia del asturiano parecía más o menos cantada desde la debacle de París (4-0). Allí mismo, en el Parque de los Príncipes, se llevó un rejonazo en caliente de Busquets. En la peor noche, el pivote situó en la diana a su entrenador con una crítica explícita al dibujo táctico. Pero nada más elocuente del mosqueo en el vestuario culé con la imagen del equipo en París que la fotografía que dejó cuatro días después el Barcelona-Leganés jugado en el Camp Nou: Messi anotó al final del partido el penalti de una victoria fea y por los pelos del Barça y no lo celebró. Mantuvo su gesto triste, se dio la vuelta y caminó mostrando al mundo su enfado.

Se sabe desde hace tiempo que para medir la felicidad del Barça es obligatorio escrutar a Messi antes que a nadie. Y se sabe también que la relación entre el argentino y el asturiano ha tenido sus altibajos, con momentos de especial tensión como el ocurrido en enero de 2015 en Anoeta, seis meses después de la llegada del gijonés al banquillo culé. Cuentan las crónicas de entonces que, en un entrenamiento, Lucho anuló un gol a Messi y el argentino se pilló tal rebote que no sólo se encaró con él sino que, por decisión propia, el futbolista decidió no acudir al entrenamiento que el Barça había programado días después a puerta abierta para los niños. Al partido siguiente, Messi fue suplente en Anoeta y se armó la marimorena. El asunto acabó en la dimisión de Zubizarreta.

Cuentan también las crónicas que, entonces, la cosa se recondujo por mediación de Xavi, que convenció a Luis Enrique para que cediera, no tensara la cuerda y evitara el cuerpo a cuerpo con el argentino. La relación se normalizó, Messi fue feliz y los resultaros llegaron: triplete ese mismo año, ocho títulos de diez, de momento, de la era Lucho.

En este Barça, entender a Messi, hacerle feliz, importa más que nada. Ahí está Pinto, que se mantuvo más de la cuenta en la plantilla por ser amigo del astro. O, en el lado opuesto, ahí está Ibrahimovic, que se fichó por 66 millones, firmó por cinco temporadas y sólo aguantó una. Por algo Guardiola dijo un día que lo más importante era tener feliz a Messi. Porque si el diez frunce el ceño, el Barça tiembla. El argentino no se prodiga mucho y públicamente no se prodiga nada, pero tiene fama de tener también un carácter fuerte.

Sucede que a Luis Enrique, a diferencia de lo que parece con el argentino, se le pilla a la primera: es un tipo directo y sin dobleces, que no se calla ni se muerde la lengua, de un fortísimo carácter y una tremenda personalidad. Se ve en cada rueda de prensa, excesivamente arrogante y faltón con los periodistas, siempre al límite. No le importa quedar mal. Nunca le ha importado: ni en la Roma, ni en el Celta, ni en el Barça. Es auténtico y, por encima de todo, odia actuar. Tal vez con Messi, por el bien del Barça, haya tenido que actuar alguna vez. O muchas veces. Y tal vez eso haya contribuido a su desgaste.

Sería injusto decir, por exagerado y poco fiel, que el asturiano dejará el Barça por Messi. Ahí quedan también las fotos de ambos abrazándose tras buenos resultados como el de la final de Champions de Berlín. Lucho lo deja, eso dijo, porque está cansado de la trituradora que es el banquillo culé (11 entrenadores en 21 temporadas) y quiere dedicar tiempo a su mujer, Elena, y a sus tres hijos, Pacho, Siria y Xana. Pero seguramente ahí, en su cansancio, debe influir también la gestión que cualquier entrenador del Barça tiene que hacer de la felicidad de Messi.

Luis Enrique ha dado el paso antes que Messi y ha anunciado su marcha antes de que el argentino haya manifestado algo sobre su renovación. Se irá el asturiano y la estabilidad del Barça, como sucedía antes de la llegada del entrenador, seguirá dependiendo de que Messi esté contento o no. Por suerte para el Barça, a Messi sí se le ve siempre feliz al lado de Luis Suárez, socio en el campo y amigo íntimo fuera de él.