Sí, tanta vida hemos compartido mi amigo, mi hermano Lothar Siemens y yo, que ahora, en el momento justo de su muerte, puedo decir lo mismo que el poeta de Orihuela dijo en el igual trance de su amigo Ramón Sijé: que siento más su muerte que mi vida. Sí, amigo y hermano, las dos cosas a la vez, ha sido Lothar Siemens para mí. Durante 40 años nos hemos acompañado en la ocupación de la recuperación y del estudio del patrimonio poético-musical de Canarias; hemos hecho encuestas de campo juntos en La Gomera, y allí nos emocionamos ante la maravilla única de ver que los romances seguían siendo un canto colectivo que movía a un pueblo entero; hemos buscado por los caminos más intrincados de las Islas el testimonio de su cancionero tradicional; hemos pasado después infinitos días analizando las músicas con las que los canarios de ahora recreaban sus horas de fiesta o de trabajo, lo mismo que los canarios de siempre lo habían hecho en su tiempo, y ello nos ha ayudado a comprender mejor la identidad del ser canario (no menos de una quincena de publicaciones llevan nuestros nombres juntos en la cabecera). Compartimos también la dirección de una colección de poesía que desde el Museo Canario ofrecía a los autores jóvenes la primera oportunidad de dar a conocer su talento poético. En los últimos tiempos hemos compartido el gozo del amanecer en nuestros paseos por Las Canteras. Hemos hablado de lo divino y de lo humano, también de lo familiar, pues nada de lo que en lo particular atañía a uno le era ajeno al otro; nos hemos reído de lo intrascendente y entristecido cuando la ocasión de lo serio tocaba. Y hemos estado juntos en las celebraciones de los acontecimientos que marcan una trayectoria vital. Hemos, en fin, compartido nuestras vidas. ¡Cómo no sentir que con su muerte se va también una parte fundamental de mi vida!

Empecé a pensar en escribir este texto cuando aún Lothar tenía vida, y lo acabo cuando ya la muerte ha tocado en su puerta y no ha esperado su respuesta, tan cruel e inaplazable como suele. Durante cinco días de agonía y de angustia he estado acompañando a sus hijas Sonia, Susana y Sofía, pendientes de la noticia que el médico nos comunicaba cada 24 horas, y nos agarrábamos a la esperanza de su vida como a un clavo ardiendo. ¿Cómo es posible que un hombre tan lleno de vitalidad, de inteligencia tan clara, tan positivo en todo, tan necesario, se nos fuera de este mundo como el agua se va de entre las manos, sin poder hacer nada por evitarlo? Ayer tan pleno y hoy dependiendo de las máquinas de un hospital. Y las esperanzas decaían cada día que pasaba hasta quedarse definitivamente en nada.

Así es la extrema fragilidad de nuestra existencia: tan fuertes que parecemos, tan llenos de vida y de proyectos, y sin reparar en que la muerte acecha silenciosa de continuo. ¡Cómo no pensar en trance tan cruel en lo que los poetas han dicho de la muerte! Sí, los poetas, los que más hondamente la han pensado y los que con palabras más certeras han dicho sobre ella. A ellos volvemos al considerar ese debilísimo trecho, apenas pendiente de un hilo, que separa el "es" del "fue": presentes sucesiones de difunto. La simple diferencia de un tiempo gramatical conjugado en presente, Lothar está con nosotros, se torna en un minuto, en un segundo, en un abismo de eternidad: Lothar murió. Del simple presente al para siempre pasado. Y ya sin posibilidad alguna de usar un tiempo de futuro. Así se quedan sus hijas, sus nietos, nosotros sus amigos, cuantos lo conocimos y quisimos. Eso sentí yo cuando el médico nos comunicó la tremenda noticia. El golpe del ataúd en tierra del verso de Machado se renueva aquí en la prosaica noticia del médico que certifica lo irremediable: en algo perfectamente serio.

Fue Lothar Siemens de esos hombres que se dicen irrepetibles, ejemplares, únicos. Dotado de una inteligencia superior, a la vez que de un sentido deslumbrante del humor, de la ocurrencia, de la simpatía incluso, puso toda su vida al servicio de las instituciones culturales de Canarias: en el Museo Canario, primero como director y luego como presidente, y siempre como socio protector activo; en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en la dirección de la Fundación Universitaria y en la presidencia del Consejo Social; en la Academia de Bellas Artes San Miguel Arcángel; en el Círculo de Empresarios; en cuantas iniciativas existieran en beneficio de la comunidad. Y en todas ellas sin esperar nada a cambio, ni retribución de ninguna especie, ni expectativa siquiera de subir en una carrera ni administrativa ni políti­ca. Es esa una actitud que más parece costumbre de aquellos tiempos en que la filantropía era moneda corriente que de estos actuales en que el tiempo se mide siempre en moneda sonante. Y en todas ellas demostró una gestión eficaz y una dedicación ejemplar.

Y ahora, tras su muerte, no nos queda sino llorar su pérdida. ¿Solo llorar su pérdida? No. Nos queda el gozo de su memoria. Yo me siento muy afortunado de haber conocido y compartido vida con Lothar Siemens. Y lo mismo dirán quienes lo conocieron y trataron en unos innumerables campos de actividad. Y una multitud tan grande de jóvenes que se beneficiaron de sus enseñanzas musicales y de su amistad sin fronteras. ¡Cuánto más sus hijas Sonia, Susana y Sofía y sus nietos Isidro, Paola y Elena! Una anécdota: en el duelo todos nos dimos el pésame mutuamente, todos habíamos perdido. Pero lo recordaremos como siempre fue: inteligente y culto, pero tan presto para la reflexión aguda como para la ocurrencia chocante y divertida, siempre dispuesto para todos, tan positivo siempre.

De los ríos caudales que van a dar a la mar, que es el morir, Lothar era, sin duda, de los "señoríos". Y de las tres vidas que el mismo poeta dijo que había, la terrenal, la celeste y la de la fama, de la primera que Lothar tuvo nos hemos beneficiado quienes lo conocimos. De la segunda nada sabemos, puesto que está reservada al Omnipotente, mas no podrá dejar de tener en su Reino a quien en esta vida tanto bien hizo y tanta vida repartió, tan generosamente, y en esa vida eternal se habrá encontrado con su esposa, con Liliana, tan amada. Y de la tercera, bien ganada la tiene: su nombre quedará para siempre y de su valía hablarán sus obras. Así será: que aunque su vida perdió, dejonos harto consuelo: su memoria.

Confieso que es el único texto que he escrito en mi vida llorando. Hasta siempre, mi amigo y mi hermano Lothar Siemens.