El recuerdo que ubico más lejano en el tiempo en el que aparece la Virgen del Pino en mi mente, es el de mi madre, poniéndose de rodillas y comenzando a pagar una promesa por el suelo cerámico que anteriormente a las reformas de fines de los 60, cubría el pavimento de la Basílica terorense, arrastrándose sobre el mismo. Yo, agarrado a su mano, no entendía nada y le pregunté si también tenía que hacerlo. Ella me miró y llorando me dijo que no, que yo estaba malito y no podía y que mirara hacia el altar. Tenía tres años; fue la primera vez que recuerdo la imagen del Pino y quedó marcado para siempre en lo más profundo de mi alma. Mi abuela, unos años más tarde, prometió a San Roque de Firgas ir a su fiesta caminando desde El Palmar si la cosecha daba para pagar las eternas deudas en que las mujeres de los campos estaban enterradas y de las que pocas veces sabían algo sus maridos. La promesa se pagó; quise ir y me dejaron. Tenía ocho años; fue la primera vez que camine, más alegre que peregrino compungido, desde Teror hasta Firgas. Mi tercer paradigma se me enclaustra doloroso en la garganta. Mi hijo Pablo José nació con estenosis pulmonar y nada hacía presagiar que pudiese vivir lo suficiente para que la cirugía diese solución. Dos meses más tarde volábamos en un avión hacia el hospital 12 de octubre de Madrid. Un día antes, arrodillado ante la imagen del Sagrado Corazón de Jesús de la Basílica de Teror, pedí por su vida, que era a fin de cuentas, también la mía. Tenía 34 años, fue la primera vez que recé de aquella manera, intentando alcanzar al Dios en el que creía.

Todo lo que cuento -a lo que podría unir cientos de experiencias que he vivido cuando he estado más cercano, por razones políticas y relacionadas con mi cargo de cronista al Pino y sus cosas- no es solo fe, no es ni tan siquiera religión...Es, eso, y mucho más...Es sentimiento.

Néstor Álamo lo definía muy bien cuando se refería a Teror y a todo lo que aquí ocurre como el Pino. "Un cúmulo de cultura, sentires, recuerdos, afectos, que une la Virgen con el pueblo que la siente". Cientos de personas visitan el santuario semanalmente sólo por ver a su Pinito, rezar, dar las gracias, pedir y marcharse. Ni la décima parte va a misa. Pero el Pino está presente en todo lo que hacen en su vida.

Quizás ahí ha estado el fondo de la desaforada -yo al menos, así lo entiendo- reacción de tanta gente ante la escenificación que Borja Casillas realizó el pasado lunes en la Gala Drag Queen de Las Palmas de Gran Canaria y por la que Drag Sethlas fue proclamada esa noche como la indudable ganadora de la misma. Una Gala que celebraba su vigésima edición y que -no lo olvidemos nunca- ha sido durante dos décadas el único acto que unificaba más opiniones favorables desde ancianas de noventa años hasta chiquillos de siete: los Drag y su gala eran lo más divertido, entretenido y cachondo de todo lo que en la capital se hacía por estos días. El verdadero y profundo carnaval estaba ahí.

Una gala que al final terminó dividiendo a la sociedad grancanaria -a toda Canarias, y gracias a redes y retransmisiones internacionales a mucha más gente de la que nos podría interesar- entre los que vieron en ella transgresión, libertad, atrevimiento, frescura, carne joven; todo lo que es a fin de cuentas esta fiesta. Y los que vieron en ella falta de respeto, desprecio e insulto a sus creencias; algo por lo que -tristemente nos estamos acostumbrando en otros lugares del mundo- matan a centenares de personas casi semanalmente-. La referencia apareció inmediatamente: el desafío de unos a que no se atreverían a hacer lo mismo con alusiones más o menos artísticas a Mahoma y el Islam, vino de la mano del reto de los otros a que criticaran con la misma fiereza a los curas pedófilos y a todas las miserias que manchan al catolicismo.

Se equivocan -o lo hacen con toda mala intención desde una y otra banda- los que plantean este enfrentamiento como una hostilidad de la Iglesia, entendida como clero y jerarquía, contra la homosexualidad que se presume en todos los Drag. No es así. La prueba está en dos décadas de convivencia fuertemente marcadas por el respeto y la casi sutil deferencia. Algo que configuró cara al mundo entero una imagen libre y desenfadada, a la vez que civilizada, de nuestra Isla y su capital.

Estoy convencido totalmenteque, al igual que ocurre con el Entierro de la Sardina, si la dramaturgia de la coreografía hubiese ido de obispos, monjas y sacristanes nadie hubiese levantado la voz tal como se ha alzado; es más, se habría aplaudido con mayor fuerza de lo que se aplaudió. El pueblo tampoco está de acuerdo con todos esos casos que afrentan a la Iglesia Católica. De lo que no estoy tan convencido es de que Drag Sethlas hubiese sido con ello la ganadora de esta edición de la gala, porque fue ese arrebato de locura creativa, de desobediencia y ruptura de normas -además de la impactante imagen final de la Drag en la cruz- lo que le concedió el voto y la corona.

¿Dónde está entonces el origen de esta afrenta, de este ultraje, que unos ven y otros no? En el sentimiento. En ese cúmulo de recuerdos, fervores, imágenes de familiares desaparecidos, ruegos por enfermedades, agradecimientos por salir adelante en la vida; que conforma gran parte de la relación que los grancanarios tienen -tenemos- con Dios, con la Virgen, con el catolicismo y con todo lo que de cultura le rodea. Esa línea tenue y frágil que encierra en nuestra intimidad más profunda aquello que más queremos y protegemos.

La puesta en escena fue verdaderamente espectacular, digna del escenario donde discurría. La vestimenta de la -presunta- Virgen, extraña, grotesca hasta la extravagancia. ¿Quién podría afirmar qué advocación representaba?, pero, en suma, carnavalesca a más no poder. El final, como mínimo, artístico. Si no estuviese ubicado en donde estaba, una representación -estéticamente hablando- desafiantemente alucinante de la divinidad crucificada. Frases como "si quieres mi perdón, agáchate y disfruta", una verdadera aberración encima de un escenario y ante chiquillos de siete años y ancianas de noventa que, en el fondo, lo que querían era ver las desnudeces, piruetas, virtuosismos y los splits o grand écart con las que suelen acabar todos ante la maravilla general, y el general asombro, de que no se rompan en cuatro o cinco trocitos al hacerlo.

La reacción mundial a toda la gala, rápida, asombrada, trending topic", que hará que más de algún promotor esté frotándose las manos ante el previsible aluvión de visitantes a "la isla más liberal de todo el mundo".

Borja afirma ahora que "buscaba polémica y lo he conseguido", pero las polémicas se crean y se comienzan por algo y para algo. Y, sobre todo, provocan una reacción que se está comprobando mucho más desmedida y hasta colérica de lo que cabría esperar ¿Es la sociedad grancanaria tan pacata y con tan doble moral como se nos quiere presentar generando con ello una controversia que ayude a mejorarla o es, simplemente, una demostración de hasta dónde se puede llegar en esa manifestación histórica de vulneración de leyes, preceptos y reglamentos que son y han sido siempre los carnavales ?

Lo dicho: la línea que separa la sensiblería hueca e hipócrita y el sentimiento de creencia profunda es muy sutil y muy delgada. Cuando se manipula sobre ella es muy fácil romperla. A la vista está. Después hay que rehacerla para poder seguir viviendo en comunidad, todos juntos, sin matarnos a golpes o a insultos. En nuestras manos y en nuestras inteligencias -yo añadiría que también en nuestros corazones- está el hacerlo inmediatamente sin persistir en este inútil camino en el que nos hemos metido. Por el bien de todos.

Lo difícil va ser rehacerla tal como se han puesto las cosas.

José Luis Yánez Rodríguez. Cronista Oficial de Teror