Terminamos un oscuro mes de febrero, una mujer asesinada cada tres días en nuestro país. Pensamos que nos toca lejos, que esto nunca nos ocurrirá, que son otras las asesinadas, pero la violencia puede pasar sin llamar en nuestras vidas, se acerca tanto que olemos y sentimos el frío de su presencia y permanecemos impasibles.

19 mujeres han muerto en poco menos de dos meses, en nuestro país, a manos de sus parejas con las que tenían o mantuvieron una relación sentimental. Los 53 días que han transcurrido convierten al inicio de 2017 en el año más sangriento en violencia machista del que se tiene constancia.

Desde que se comenzó a cuantificar las víctimas mortales de la violencia machista en 2003 no se había alcanzado un número de feminicidios tan alto en un inicio de año como el de este 2017. Sólo en los dos primeros meses de 2007 se alcanzó una cifra casi tan demoledora como la de este año, cuando se contabilizaron 14 asesinatos, convirtiendo aquellos dos primeros meses en los más dramáticos de la historia reciente, hasta el pasado miércoles, 22 de febrero.

La violencia de género no da tregua ni atiende a razones.

Así, asistimos atónitos a la noticia del pasado 3 de febrero en Madrid, cuando leíamos que un padre con antecedentes policiales por violencia machista había matado a su hija de un año al lanzarse al vacío con ella, tras una discusión con su expareja, desde un cuarto piso en el hospital de La Paz.

A todo esto y como efecto contiguo e inexorable de la violencia machista, le sumamos las víctimas de las que nunca se habla, que nunca se contabilizan y que lo ven, escuchan y viven en primera persona los/as huérfanos/as, hijos e hijas de las mujeres asesinadas, quedando en una completa orfandad, también la institucional ya que no existe a día de hoy una previsión legal que garantice una pensión de orfandad en todos los casos.

Niños y niñas que quedan a cargo de sus abuelas/os, que en muchas ocasiones son estigmatizados por ser víctimas de la violencia de género o que incluso a veces tienen que cambiar no solo de colegio sino de barrio, dejando atrás una infancia asolada.

No lo permitamos, digamos no a la violencia machista, promovamos la coeducación por y para los jóvenes, erradiquemos de nuestro entorno las conductas que generen violencia, que manifiesten desigualdad, que limiten las libertades, que impidan vivir en una sociedad justa e igualitaria.

No a la violencia machista, sí a vivir en libertad.