La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Breverías 33

No deja de sorprenderme el antiamericanismo rampante de una sociedad como la nuestra que ha asumido del imperio su estilo de vida, su forma de vestir, su comida, su cinematografía, su vocabulario, y se permite encima despreciar su poderosa creatividad. Un ejemplo reciente es el de uno de mis amigos comentando con otro la facilidad de manejo de su móvil iPhone, apuntando: "¡Fíjate si es fácil que hasta los americanos lo utilizan!" Me dan ganas de espetarle: "¡Pero si lo inventaron ellos, so majalulo!"

Acabo de leer en la prensa una conversación, presuntamente hackeada, que pone a parir a una tercera persona y encima recalcando la identidad de la misma, para no dejar la más mínima duda no sólo sobre el alcance de las tropelías atribuidas, sino sobre la identidad del que se afirma haberlas cometido. Al ser una confidencia secretamente intervenida se supone sincera y con parecida carga de veracidad que la que cabe presumir, pongamos por caso, de la confesión de un moribundo en su lecho de muerte. Pues yo desconfiaría. Y hasta les propondría un símil de situación televisiva: es como si alguien cometiera un asesinato y luego depositara en la escena del crimen unos cuantos pelos del planificado chivo expiatorio, que serán hallados por el equipo de forenses, a primera vista también casi casualmente. Pues de casual nada, habida cuenta de la pericia y meticulosidad del CSI de turno, también astutamente previstas por el verdadero homicida.

Cuando el niño no quiere ir al colegio, alegando que tiene fiebre, es suficiente ponerle la mano sobre la frente, totalmente fría, para desenmascarar al falsario.

Pues bien, algo parecido me ocurrió hace unos días, pero con mi coche; había estacionado mi vehículo en zona azul sin sacar el ticket, y al volver descubrí a una agente manipulando su aparato sacamultas para sancionarme. Naturalmente me deshice en excusas y explicaciones para evitar lo inevitable, insistiendo en que en realidad "acababa de llegar". Pues la agente ni siquiera condescendió a rebatir mi argumento. Posó la mano sobre el capó, tan frío como la frente de un niño sano, y procedió impertérrita a trabar el impreso de la sanción bajo el limpiaparabrisas.

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