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CRÓNICAS GALANTES

Sexo, tráfico y parejas en la autovía

Una pareja de la Guardia Civil sorprendió a otra pareja (esta última menos formal) que practicaba los dulces trances del amor en los márgenes de una autovía de Galicia. Los beneméritos no dudaron en provocarles un coitus interruptus para averiguar si el varón había ingerido alcohol antes de meterse en tratos carnales con su amada. Dio positivo y, como consecuencia, el asunto acabó en los tribunales.

No se trata, naturalmente, de que esté penada la ejecución de la cópula bajo la influencia del gin tonic o cualquier otra clase de bebida. Hasta ahí podíamos llegar. Lo que pretendían los agentes encargados de velar por el buen orden de la circulación era averiguar si el presunto conductor -y efectivo amante- había conducido hasta allí con alguna copa de más.

La historia, tan abruptamente interrumpida por las fuerzas del orden, tuvo por fortuna un final de lo más feliz. Los jueces consideraron indemostrable que el detenido fuese el conductor del vehículo y lo absolvieron con todas las bendiciones.

Aun así, nadie le va a quitar a la pareja no uniformada el apuro en el que la pusieron los dos miembros de la otra pareja al terminar por la vía del susto con sus efusiones amorosas. Admirable parece incluso que el hombre conservase la suficiente presencia de ánimo para soplar en el alcoholímetro después de tan desconsiderada interrupción. En circunstancias delicadas como esas, lo normal es que cualquiera dé gatillazo incluso a la hora de soplar.

Quizá se tratase de un exceso de celo -que no de celos- de los guardias que se ocupan de regular el tráfico en las carreteras. Después de todo, el coche estaba aparcado y los amantes eligieron para su esparcimiento una discreta zona situada más allá de las alambradas que cercan la autovía.

Igual la cruzada antialcohólica se nos está yendo de las manos. Bien está que se controle y reprima el uso del alcohol al volante, dados los graves riesgos que ello implica para la integridad de las personas, por supuesto. Otra cosa es que se persiga a los automovilistas literalmente hasta el catre -o los bordes de una autovía- para hacerles una prueba de alcoholemia. Aunque para ello sea preciso interrumpir una actividad amatoria que exige un mínimo de intimidad.

Visto el lance desde un punto de vista positivo, no queda sino concluir que vamos avanzando. En otras épocas más duras, los amantes que con tanta urgencia se entregaron a los placeres horizontales hubieran sufrido muy probablemente algún reproche penal. Ahora corren tiempos más liberales, afortunadamente. Lo único punible es el uso de alcohol en combinación con el coche, aunque tal vez hubiera sido deseable una mayor comprensión de los guardias frente a las expansiones propias del amor.

Faltó romanticismo en este caso. Lejos de estar perseguida, la práctica del amor al aire libre debiera ser objeto de protección por las autoridades. El Bosco, un suponer, no hubiera podido pintar su extraordinario Jardín de las Delicias si los guardias de su tiempo irrumpiesen en el cuadro para pedirles el DNI a quienes allí practican todas las variantes de la lujuria.

Felizmente, la juez del caso de la autovía ha tomado en cuenta las circunstancias a la hora de evaluar si había o no delito. Y el amor triunfó sobre el Código de la Circulación. Aún quedan románticos.

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