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contra viento y marea

Europa frente a su futuro

Según Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, nuestro continente atraviesa una "crisis existencial" arrastrada por las consecuencias de la crisis económico-financiera de 2008 que se han traducido en problemas políticos, institucionales, sociales y económicos para un proyecto edificado con prisas y que, aunque ha logrado evitar guerras entre nosotros, ofrece serias lagunas en su edificación. Mientras la economía funcionó no ocurrió nada, pero cuando se desaceleró o incluso se contrajo, saltaron las costuras de un traje que se había quedado viejo y pequeño y que está pidiendo a gritos un sastre que le de nueva vida. Por eso han surgido los sentimientos euroescépticos, la xenofobia, los populismos y el levantamiento de muros que son, todos, manifestaciones de miedo ante un futuro incierto, como también lo es el refugio en un nacionalismo estrecho que se cree capaz de hacerlo mejor que Bruselas y que existen soluciones locales para problemas globales. Ingenuos.

En 2017 se juega el futuro de una Europa aún desconcertada tras la decisión británica de abandonar el barco, la crisis provocada por la llegada masiva de refugiados que no hemos sabido gestionar conjuntamente, las agresiones rusas al statu quo (conferencia de Helsinki, acta europea) en el este de Ucrania y en Crimea, y la perspectiva de elecciones en varios países europeos antes de que acabe el año. Lo que se dicen doce meses difíciles que Trump nos complica aún más con su desprecio confesado tanto por el proyecto europeo como por la suerte que pueda sufrir, con su actitud comprensiva con Putin, y con sus dudas (luego afortunadamente corregidas) sobre la OTAN y, sobre todo, sobre la aplicabilidad de su artículo 5 a aquellos miembros que no contribuyan a su presupuesto con el 2% de su PIB, lo que hiela la sangre de los socios más cercanos a Rusia como Polonia o las tres repúblicas bálticas. Y encima con la amenaza rusa de interferir en nuestras elecciones para apoyar a los euroescépticos...

El brexit es síntoma de males mayores que no se arreglarán ignorándolos y mirando para otro lado, y tampoco dando una patada hacia adelante a la lata. Los problemas hay que enfrentarlos y la solución, en mi opinión, no vendrá de menos Europa sino de lo contrario, de más Europa, de una Europa más integrada que preste atención a los problemas que de verdad preocupan a la gente (trabajo, seguridad, emigración, euro, energía, defensa, economía, política exterior...), que recupere apoyo popular con proyectos concretos que despierten la adhesión ciudadana, que no se conforme con ser una potencia económica y un enano político, que complete el trabajo hecho hasta ahora en la unión económica y monetaria con una unión bancaria, la mutualización de la deuda, la creación de un Tesoro con competencias como la Reserva Federal norteamericana y con generosos planes de inversión destinados al crecimiento y a la creación de empleo. Una Unión que rinda cuentas ante la gente y para la que una política intergubernamental basada en la unanimidad no parece la más adecuada, lo que exigirá distintos ritmos de integración y geometrías variables basadas tanto en voluntades como en capacidades.

Sabemos lo que hay que hacer, el problema es cómo hacerlo en un clima hostil, lleno de descontentos, de nacionalistas, de populistas y de euroescépticos, y con elecciones que imponen un inoportuno parón al proceso de reflexión, pues no es realista pensar en el futuro de Europa sin saber antes qué ocurre en Francia y en Alemania, ya que si Berlín no quiere más transferencias financieras, París no quiere más transferencias de soberanía. Pero si los europeos no enfrentamos con valentía a los retos que tenemos y que son muy graves, la idea de Europa seguirá perdiendo atractivo para nuestros pueblos. En un intento de remediar esta situación que deja injustamente los fracasos a la puerta de Europa mientras los estados se apuntan los éxitos, la Comisión ha cogido el toro por los cuernos, ha asumido sus errores con valentía: "la Unión ha estado por dejado de las expectativas en la peor crisis financiera, económica y social de la postguerra" (Juncker dixit), y ha ofrecido cinco escenarios posibles de futuro para que los estados miembros dejen de echar las culpas sobre Bruselas, se mojen y digan qué Europa quieren para mañana. Estos cinco escenarios van desde continuar como estamos (que es suicida) hasta ir a una Europa federal (que hoy es imposible), con tres estadios intermedios: profundizar el mercado único (el sueño británico... ahora que nos dejan), ir a una Europa de distintas velocidades para los que quieran y puedan (que es la opción que más me gusta), o centrarse en unas áreas donde somos más fuertes y abandonar otras en las que somos menos competitivos o que generan divisiones (opción compatible con la anterior). Tenemos que mojarnos y lograr que la salida del Reino Unido sea una excepción y no un precedente, porque si fuera un precedente significaría el fin del sueño europeo. Y que la simpatía de Trump por líderes autoritarios e iliberales como Victor Orban se quede ahí y no haga escuela, y que Putin nos deje votar en paz sin engañar al personal. Podemos conseguirlo pero no hay tiempo que perder. Y en ese esfuerzo no puede faltar la voz de España, cuarta economía de la Eurozona y que lleva ya demasiado tiempo en el banquillo. Nos jugamos el futuro.

Paradójicamente, brexit, Trump y Putin nos pueden dar el empujón que necesitamos. Seremos muy estúpidos si no lo aprovechamos.

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