La Provincia - Diario de Las Palmas

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Palomas

Ahora resulta que la paloma, se acuerdan ustedes, la paloma de la paz con un ramo de olivo en el pico, el arca de Noé, la Biblia, Picasso, los vendedores de palomas de bronce, de cerámica, de plástico, de papel... resulta, digo, que la paloma, según los científicos más sesudos, es portadora de las mayores calamidades urbanas, que transmite enfermedades, que destruye edificios nobles como las catedrales, que daña la vegetación y no sé cuántas desgracias más acarrea el alado animalito al equilibrio ecológico.

Entre ellas me ha impresionado mucho la acusación que se hace a la paloma de ser "portadora de parásitos". Será verdad pero como nos propongamos acabar con todos los portadores de parásitos, el Holocausto va a resultar un juego de niños festejando la primera comunión. El colmo llegará cuando se impute a la paloma la mayor desgracia acaecida en los últimos meses: a saber, la elección de un señor con nombre de pato para la presidencia de los Estados Unidos.

De acuerdo con este modo de pensar, que tanta inquina encierra hacia la paloma, ayuntamientos existen que le han declarado la guerra. Y no ayuntamientos del montón, no; al contrario, ayuntamientos de esos modernos y a la última en materia de corrección política que se han declarado "amigos de los animales" y han expulsado de su territorio a los leones y a las cabras montesas que habitaban en el zoo y por supuesto a los toros. A pesar de esa sensibilidad ante los desvalidos animales, llevan años propiciando acabar con las palomas a base de trucos y venenos que deberían sonrojar por la crueldad y el recochineo que aportan.

Pues bien, en fechas recientes, las autoridades municipales de referencia han descubierto otro ruin mecanismo depresivo del buen nombre de la paloma: a saber, recubrir los granos de maíz con una sustancia anticonceptiva. Se utiliza con ensañamiento y atiendan ustedes a la perversidad ideada: a la hora en que las palomas tienen más hambre, que es al parecer la primera de la mañana, esa hora incierta en la que tanto sufre la melancolía de los árboles y de una cantidad apreciable de concejales, se disparan los dispensadores de maíz en los lugares más concurridos por las palomas haciendo estragos en la capacidad reproductiva de las hembras.

¿Creen ustedes que en el plan antipaloma se acaba la furia municipal? No; en el punto de mira están también los vencejos, las golondrinas y las lavanderas blancas. Y, supremo atropello, las cotorras. Pero, señores alcaldes, si cotorreando se teje la vida municipal desde hace siglos ¿a qué viene ahora esta malquerencia con las cotorras?, ¿nos perseguirán también a tantos como cotorreamos en los medios de comunicación, en los parlamentos, en las universidades? Lo que se avecina es pavoroso si no ponemos remedio.

Y este, el remedio salvador, consiste, en esta hora en la que se promueven tantas consultas populares, en preguntar a la población afectada su opinión sobre el trato a dar a las palomas. Y la población afectada está compuesta por las estatuas de los parques, las únicas personas con sensibilidad hacia las palomas porque llevan muchos años de convivencia, de compañía en los momentos de soledad, de cagadas compartidas, de proyectos comunes, de cotorreo -de nuevo las cotorras- poniendo a caldo a tanto visitante pelmazo del parque.

Oigamos a las estatuas, pues que no podemos oír a la paloma. A esa paloma que, si pudiera, entonaría una cantiga sentida y honda, expresión doliente de su alma errante y perseguida.

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