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Hablar y ser

Hay una vieja discusión sobre qué nos distingue de los otros seres vivos o, mejor dicho, qué nos hace humanos. Es evidente que muchos rasgos anatómicos y fisiológicos son particulares, o casi, de los humanos. El habla podría ser una de las capacidades que nos diferencian. ¿Cómo llegamos a hablar? Se ha buscado la mutación que nos dio, así de súbito, esa facultad. Algunos creyeron encontrarlo en el gen Foxp2. Sin embargo, es más probable que el habla sea el resultado de una larga evolución de varias facultades que en el ser humano confluyeron. Se cree que no somos los únicos que pensamos, quizás el habla nos dé una ventaja para expresarlo, o para hacerlo comprensible. Y quizá pensemos con una lengua mental no hecha de palabras, como probablemente lo hagan otros animales. Lo que no sabemos es si ellos pueden, como nosotros, dirigir el curso del pensamiento. La cristalización de ese flujo mental en una cadena ordenada sintácticamente de palabras parece netamente humano, es decir, la aparición de nombres para situaciones, estados, acciones, objetos o sentimientos y la capacidad de expresar el pensamiento o la idea con esas palabras. Finalmente, la transformación de esa cadena de palabras en unos sonidos también lo es. Por eso se especula tanto con la posición de la laringe, más baja en nuestra especie para poder emitir los sonidos vocales y consonantes que caracterizan el habla. Pagamos por ello el riesgo de atragantarnos. La evolución de cada una de esas tres facultades puede haber sido independiente, habilidades que ya daban ventajas a nuestros ancestros y que unidas nos hacer seres lingüísticos.

Me decía mi profesor de Anatomía, el doctor Gómez Bosque, un filósofo por encima de todo, que somos seres prematuros. Decía que el medio nos troceaba, nos moldeaba. La lengua es un magnífico ejemplo. Hablamos la del medio, ¿tenemos una predisposición genética a aprender la propia? Eso podría concluirse de un estudio holandés que realizó un coreano afincado allí. Se le ocurrió enseñar su lengua materna a los coreanos adoptados, ya adultos, y comparar su capacidad de aprendizaje con los holandeses autóctonos. Comprobó que los primeros tenían una mayor habilidad para pronunciar y distinguir los vocablos propios de esa lengua y ajenos al holandés. Pudiera ser que les quedara una reminiscencia de lo aprendido en su tierna infancia. Las teorías dicen que a partir de los seis meses el niño empieza a fijar la delimitación de los fonemas, aquellos que distinguen por su sonido las palabras. Por ejemplo, en japonés el sonido 'l' y 'r' no distingue una palabra de otra, por tanto para ellos suena igual. El investigador decidió estudiar cómo adquirían el coreano los adoptados al nacimiento, que nunca hubieran oído su lengua. Su habilidad seguía siendo superior a la de los holandeses. La tentación es por tanto especular sobre alguna disposición genética que haga más fácil hablar esa lengua, una variante adaptativa, como el pico del pinzón que describe Darwin.

La respuesta es mucho más interesante. Se ha podido demostrar que los fetos en las últimas semanas oyen y empiezan a distinguir el tono de la voz y el sonido de vocales y consonantes, de manera que cuando nacen ya tienen dos predisposiciones: a percibir el habla de los más próximos, naturalmente el de la madre, y a distinguir los sonidos de la propia lengua. Para llegar a esta conclusión, los investigadores ofrecen chupos conectados a dispositivos que producen una lengua hablada por diferentes personas. Cuando es la de la madre, el niño chupa más tiempo. Algo menos que si es la materna hablado por una tercera persona. Aun menos si la lengua es extraña pero tiene el mismo ritmo y entonación. Es decir, el recién nacido quiere oír la voz y la lengua de su madre.

Me interesan estos estudios por dos razones. Una porque muestra cuán fácil es llegar a conclusiones erróneas mediante un razonamiento lógico basado en los hallazgos. Y dos, la más importante, es que ya empezamos a prepararnos para acomodarnos a la sociedad que nos acogerá en el último trimestre del embarazo. Cuántas huellas se marcarán en nuestro cerebro y con qué profundidad, no lo sé. Por ejemplo, cuánta de la similitud que se encuentra en gemelos idénticos separados al nacimiento, o poco después, es porque comparten idéntica dotación genética y cuánto por haber compartido un medio común los últimos meses de embarazo, y desde luego, las semanas o meses que hayan compartido después del nacimiento.

Que seamos seres tan prematuros nos hace muy dependientes de la sociedad, una dependencia que se convierte en la mayor fortaleza del ser humano: su ser social. Las décadas centrales del siglo XX se caracterizaron, en el mundo occidental, por eso: por la predominancia de la sociedad sobre el individuo. Contra esa intromisión del Estado se revuelven ahora los libertarios. El individuo se siente atrapado por una red cara y paralizante que es el Estado de bienestar. Piensa que libre de ella, por su propio beneficio, progresará y así contribuirá al de todos. Eso creen.

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