El día que le dieron sepultura política a Pedro Sánchez hubo un descojone colectivo cuando el exsecretario dijo que ahora tocaba coger el coche y recorrer el país. Nadie daba unas lentejas por su futuro, y menos como candidato saliente de unas primarias que iría de plaza en plaza para cosechar apoyos. Pero los agoreros que daba por muerto el no es no empiezan a recoger velas y cabos, porque la oveja descarriada no está tan sola ni busca un ganado que le ofrezca cobijo. El mismo día en que Susana Díaz daba por hecho que competiría en las primarias socialistas, Sánchez llenaba en Cádiz y hacía una demostración de fuerza ante los que preparan las palas para llenar su tumba de tierra. Visto lo visto, y dado que el díscolo no mengua sino que estira, militantes del PSOE empiezan a preguntar -y crecerá cada vez más el signo interrogativo- si hay un plan b en el caso de que Sánchez consiga la victoria con su sí es sí, que viene a ser un PSOE a la izquierda que no se abstiene frente a Rajoy. A la pregunta una respuesta: imposible un escenario así, sería la catástrofe, una crisis difícil de digerir para el PSOE, un golpe mortal, una detonación que activaría espoletas una detrás de otra, un cúmulo de venganzas... Y por ello, ante el pánico, ante la incertidumbre, corre la especie de que no se puede ir a unas primarias con un flanco tan abierto, con una herida tan profunda, y reclaman un protocolo de comportamientos ocurra lo que ocurra. En estos tiempos nos sobran ejemplos para no dar por sentado nada en política: los actos y decisiones de los militantes y de los votantes son cada vez más insondables. Aparte, el PSOE no acaba por demostrar de qué manera beneficia a su electorado la abstención que hizo presidente a Rajoy, algo que alimenta la idea de Sánchez de un gobierno de progreso para España.