La Provincia - Diario de Las Palmas

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PIEDRA LUNAR

Lance a André Breton

La tradición literaria y plástica de las islas se ha ido forjando a golpe de martillo pedrero. Tanto su elaboración como hacerlas patentes en los cenáculos académicos ha sido trabajoso, ya que el encorsetamiento normativo y la incredulidad en los valores propios dejaban en incógnito a nuestros creadores. Hubo que esperar a la década de 1980 para empezar a incorporar a las aulas muestras sobre la relación entre creación y entorno. Los iconos estaban ahí ya que se fueron construyendo por su propia inercia. No obstante, casi siempre son tildados de epigonales de las corrientes culturales del hispanismo. Sin embargo, con la lograda autonomía de los departamentos didácticos, ya con la mirada puesta en el entorno, poetas, novelistas y artistas plásticos empezaron a hacerse visibles. Recordamos las incursiones en un texto de Pedro Lezcano en unas jornadas de formación del profesorado de secundaria, con la presencia del propio poeta en la mesa de exposición. La emoción, que llegó a provocar lágrimas entre algunas almas sensibles, se podía cortar con un cuchillo en la sala que acogía la lección profesoral. Los iconos, pues, estaban ahí, pero no sólo había que desvelarlos, sino alinearlos en los currículos correspondientes, partiendo de recortes de aquí y de allá ante la falta de investigaciones solventes. Pronto se hicieron explícitas las dos miradas sobre nuestra realidad como fuente de creación. La mirada externa y la tímida y reservada mirada desde el interior. Cinco siglos de creación plástica y literaria (desde Cairasco a los Padorno; Luján y Chirino; Óscar Domínguez o Manuel Millares?), y para empezar a creer en ello hubo que esperar a las últimas cuatro décadas. Y estas creencias vienen atestiguadas por figuras que aportan la mirada externa sobre el exotismo isleño como Unamuno, Valbuena Prat o André Breton. El rector salmantino enseña a observar el paisaje insular y creó Fuerteventura como isla mística. El profesor Valbuena alinea la cosmovisión literaria, y Breton aposenta el surrealismo por vez primera en nuestro ámbito cultural ( El viaje a Tenerife, 1935). En los 20 días de su estancia se hizo acreedor del giro copernicano que marcó a intelectuales y creadores isleños. Sin embargo, a raíz de su ensayo-narrativo (sic), Los árboles portátiles (Taurus, 2017, 463 pág.), Jon Juaristi enarbola un lance que hace balancear a nuestro icono. Dice así: "André Bretón, poeta vanguardista y hombre de una absoluta irresponsabilidad personal. De ideología confusa, es el típico caudillo vanguardista que traslada a ese campo los presupuestos leninistas. Le encantaba hacer de jefe de filas y jugaba a todo, convencido de ser un representante de la gran tradición francesa. No logra consolidar la aventura surrealista en Nueva York, que no admitía capillas de ninguna especie. Quedó relegado como una figura patética hasta que volvió a Francia". Podrá tener o no razón, pero la huella bretoniana, sin hipérboles, perdura en nuestra tradición cultural.

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