Un momento, voy a hablar de Dddddjssbloemm, y quiero que al oír de mí boca la nefasta pronunciación de su nombre piense, de inmediato, que soy un ciudadano del Sur que se ha gastado todas las ayudas del Norte en licor y mujeres, y que como consecuencia de ello no soy capaz de atender las obligaciones derivadas de las crisis del euro. El presidente del Eurogrupo, Dijsselbloem, nacido en los Países Bajos, se ha contaminado como socialdemócrata de la rudeza de Trump a la hora de abrir la boca. O del canto a favor de lo políticamente incorrecto de la bancada ultra de Estrasburgo, y acusa a los europeos del Sur de estar todo el día en las barras de los bares tirando la pasta en alcohol y en mujeres, se supone que prostitutas que viven del cobro. Este político de rostro de acero, bien cebado por el sueldo que le pagamos la gente de bien de la UE, debería dimitir por su insulto. A Dddddjssbloemm -otra vez el efecto del Jägermeister- le corresponde estar con los eurofóbicos, a los que les viene de maravillas este tipo de posverdades, al estilo del otro eurodiputado que saluda en plan nazi y que se mea al escuchar lo de la brecha salarial entre hombres y mujeres. Dddddjssbloemm -es el garrafón- no quiere dimitir, se aferra a su cargo, y esgrime que ha sido malinterpretado con respecto a sus afirmaciones. ¿Estaría bebido Dddddjssbloemm? Poco a poco, y con salidas de tiesto como esta, uno se entera qué clase política nos representa en este asunto tan cardinal como la UE. Semejantes catetos, de verbo inoportuno y con un cierto tufillo xenófobo bajo el sobaco, producen un daño inmenso al futuro europeo. Dddddjssbloemm, como se pronuncie, tiene que marcharse: primero, porque avergüenza a los socialdemócratas, y segundo porque un elemento que dice estas cosas no puede ser presidente de nada.
