La Provincia - Diario de Las Palmas

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TROPEZONES

Breverías 34

Tiene gracia; en una brevería anterior refería una hipotética tesitura en la que me quedaran 24 horas de vida, y cómo escogería afrontarlas. Medio en broma medio en serio, pero con la supuesta solemnidad que requería tal circunstancia, afirmé que entre otras iniciativas de mayor importe "me tomaría una última caipirinha en un sitio que me sé, donde las bordan".

Al leer mis amigos el artículo en el periódico, pensé yo que les interesaría ponerse en mi lugar y tener una sesuda conversación conmigo sobre tan desgarradora situación. Pues bien, ¿saben Uds. cuál fue la primera, y casi siempre única pregunta con que me abordaron? "Oye, ¿dónde te tomas tú esas caipirinhas?"

En unos tiempos en que los bancos poco menos que te obligan a un autoservicio, casi siempre por mediación de artilugios digitales interactivos, presuntamente para tu propia comodidad (pero de paso, por qué no, para suprimir personal e incrementar su beneficio), quisiera rememorar aquí la mecánica del simple cobro de un cheque, hace ya de esto alguna década. Sé que hoy día es difícil de creer pero los nostálgicos como yo recordarán el alma en vilo que entrañaba la espera, desde la entrega del talón en la ventanilla, pasando por los interminables filtros y controles bancarios hasta conseguir acariciar los codiciados billetes. Recuerdo que una vez que tuve la osadía de preguntar al apoderado de turno por qué razón el cheque permanecía incluso hibernando en una de las esclusas fiscalizadoras de la entidad, como en un obligado y solitario proceso de descontaminación, se sinceró conmigo, musitándome al oído que si no tardaban por lo menos 10 minutos en el trámite podrían perder la celosamente cultivada reputación de "Banco Serio".

Si, como se lamentaba Neruda, hay palabras tristes, como "patria" o "termómetro", a mí me apenan más esos vocablos de nuestra infancia que parecen no ser ya de curso legal: ¿qué me dicen por ejemplo de "ultramarinos", "baquelita", "sidecar" o "droguería"? Y ya que hablamos de droguerías, hasta el heterogéneo y acre olor a zotal y alcanfor que nos asaltaba al atravesar el umbral del establecimiento se ha perdido para siempre, sin que en cierto modo hayamos podido siquiera despedirlo con la melancólica dignidad que sin duda se merecía.

Aunque si les parece todavía estamos a tiempo de festejar la supervivencia (¿por cuánto tiempo?) de los tradicionales colmados, en su versión de tienda de aceite y vinagre, de aromas también añorados y desde hace tiempo metamorfoseados, como lo va siendo ya el propio nombre del comercio, devenido en "supermercado", "minimarket" u horterada similar.

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