Durante los últimos años se ha venido escuchando que los españoles nos hemos vuelto más generosos desde que comenzó la feroz crisis que aún persiste. A mí, sin embargo, siempre me ha dado la impresión de que somos un pueblo solidario. Y no solo de un tiempo a esta parte. No hay más que ver cómo nos volcamos cuando se produce una catástrofe o cualquier otra situación de emergencia social, tanto en lo que se refiere a la perspectiva económica como a la personal. Actualmente existen en España alrededor de cinco millones de ciudadanos que apoyan a diversas organizaciones no gubernamentales que realizan su trabajo durante todo el año, de forma estable y a través de cuotas. También merecen un especial reconocimiento entidades dependientes de la Iglesia católica, como Cáritas y Manos Unidas. Sin duda, sentirse concernido por la desgracia ajena es un motor que genera la empatía necesaria para ponerse manos a la obra y colaborar en numerosas causas humanitarias.

Sirva esta reflexión inicial para dar paso a la magnífica noticia de que España ha vuelto a pulverizar en 2016 su propio récord de donación y trasplante de órganos, conservando así el liderato mundial y dando fe del excelente trabajo que lleva a cabo la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). Desde la citada organización indican en su memoria anual más reciente que uno de cada cuatro donantes lo es por muerte cardíaca. En ese grupo se incluyen aquellos que llegan a los centros sanitarios en parada circulatoria y, si no pueden ser reanimados, terminan donando, principalmente, los riñones. Uno de los factores que explica el éxito de estos programas es la mayor colaboración de los médicos de Urgencias en la detección de posibles donantes y su disposición a la hora de informar a las familias sobre la situación que atraviesa el enfermo, no tratable pero sí susceptible de donación, y las estadísticas reflejan que la respuesta de los familiares ante esas tesituras suele ser altamente positiva. Otra vía más es la de los pacientes a quienes retiran las medidas de soporte hospitalario y que, previamente, han accedido a donar sus órganos.

Aquí, a diferencia de lo que sucede en otros Estados, el sistema de donaciones es anónimo y altruista. Dicho de otra manera, quien dona no sabe a quién lo hace (con la excepción de algunos casos de médula, riñón o hígado que provienen de un familiar) y no recibe ninguna compensación dineraria. Del mismo modo, el receptor tampoco paga ni conoce a su donante. Se trata de condiciones clave que evitan suspicacias y garantizan la igualdad entre los candidatos. Por ejemplo en Estados Unidos, es posible conocer la identidad de quien va a recibir el órgano. Incluso se han producido rechazos en el momento de dar el paso definitivo de la autorización por motivos puramente racistas. Y en Alemania determinadas fundaciones organizan eventos para fomentar el encuentro entre donantes y receptores (en este caso, de médula ósea). En este punto quiero hacer mención a la extraordinaria misión llevada a cabo por el joven Pablo Ráez, recientemente fallecido, cuyo inolvidable testimonio de vida ha incrementado el número de donaciones de médula de manera espectacular, hasta el punto de que la cifra a la que se aspiraba para 2020 se va a alcanzar a lo largo del presente 2017, lo que va a conllevar la curación de enfermedades que afectan a la sangre, como leucemias (el cáncer infantil más frecuente), linfomas y mielomas. Constatar que continuamos siendo líderes mundiales en una materia tan sensible es, sin ningún género de duda, un motivo de orgullo. Tal vez en muchos aspectos seamos un territorio de segunda, necesitado de numerosas mejoras. Pero, si nos lo proponemos, podemos estar a la cabeza de cualquier proyecto. De modo que mi más sincera enhorabuena a la Organización Nacional de Trasplantes. Mil gracias por sus "veinticinco años trabajando juntos por la vida".