Por decisión soberana del Parlamento de Canarias a Antonio Brufau, presidente ejecutivo de Repsol, no se le invitará ni a un cortadito en ninguna recepción, celebración, guatatiboa o convocatoria que organicen las autoridades autonómicas. Sin duda un golpe duro para el hombre. Después de aprobada la propuesta de resolución -solo el PP se abstuvo- los diputados, supongo, respiraron aliviados. Particularmente espero mi turno. Porque no, yo no creo que Canarias sea un país tercermundista, pero tiende a ser un país idiota. Un país idiota es aquel que tiene, por ejemplo, más de un 26% de su población activa en el desempleo. Un país idiota es el que lo apostó casi todo al turismo, a la construcción y al maná de los fondos europeos. Si quieren ustedes se trata de la idiotez egoísta y cortoplacista de una élite empresarial ampliamente garrula y oportunista, pero es que los curritos se lanzaron con entusiasmo a poner ladrillos, cargar bolsas de cemento y alicatar apartamentos y miles dejaron los estudios porque se ganaba una pasta en los sures mitológicos. Ahora, cuarentones y cincuentones, se momifican en las plazas y en los baretos de los barrios. Es una prueba de nuestra indigencia política, social, intelectual. Fernando Clavijo abocetó en el debate parlamentario un ambicioso plan educativo para que los niños y jóvenes canarios -que viven en una comunidad que se dedica básicamente a actividades turísticas- aprendan inglés. Por cierto, la mayor debilidad de esta iniciativa no está -contra lo señalado por el PSC-PSOE- en que carezca de ficha financiera. El error central del plan es que la adhesión al mismo por profesores y centros docentes tendrá un carácter voluntario. Simplemente, no se puede trazar un objetivo académico estratégico en el ámbito educativo -que incluye nada menos que inglés como idioma vehicular en las aulas isleñas- fiando su consecución a la voluntariedad de profesores y centros en el esfuerzo. Bajo esta disparatada premisa el plan está destinado al fracaso. Y la responsabilidad de que la inmensa mayoría de los escolares canarios no hablen inglés fluidamente no cabe achacarla exclusivamente a los sucesivos gobiernos autonómicos. A la llamada comunidad educativa el aprendizaje de idiomas extranjeros le ha importado un higo-pico. Sí, es un poquitín tercermundista que los canarios no hablen aceptablemente un inglés básico, algo que sí ocurre entre adolescentes y jóvenes de países no precisamente nórdicos. Es muy, pero que muy imbécil pensar en una modernización y diversificación de la economía regional sin una población bilingüe que maneje el inglés con corrección y naturalidad y con una proporción de licenciados en Derecho o en Filología que triplica a los titulados en ingenierías: así no hay manera de hacerse un hueco habitable en la economía globalizada. Y apenas exagerando algo: así es difícil enfrentarse con las actitudes depredadoras de grandes empresas multinacionales.

A mí el tiempo me ha enseñado la lección de la esperanza. Seguiré disfrutando de la degradación de nuestras expectativas como pequeño pueblo atlántico mientras espero que el Parlamento -o en su defecto La Garriga- me declaren persona non grata por creer que la única claridad que nos inunda es la del sol de nuestra eterna primavera.